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El país, ¿en pico y placa?

Nunca antes un Presidente había despertado tanta resistencia. Y tampoco nunca nadie había tenido tan poca credibilidad entre los colombianos, como Santos.

25 de junio de 2017 Por: Pedro Medellín

Sigue aumentando la incertidumbre. Ahora fue la explosión de una bomba de bajo poder en el Centro Comercial Andino de Bogotá. Ha pasado una semana y todavía no se sabe nada sobre quienes fueron los responsables de los tres muertos y once heridos. Ni siquiera se conoce el dictamen de Medicina Legal. Y para contribuir a la confusión, comienzan a circular los retratos hablados de dos hombres, que luego Policía y Fiscalía desestiman ¿Quién puso a circular esos retratos? Todo es tan confuso, que el pesimismo que parecía haberse tomado el país, ha aumentado hasta el punto en que hoy predomina la convicción de que se está a la deriva. ¿Quién está ejerciendo el poder? ¿Quién está gobernando al país?

La pregunta parecería pertinente. Nunca antes un Presidente había despertado tanta resistencia. Y tampoco nunca nadie había tenido tan poca credibilidad entre los colombianos, como Santos. Ni siquiera Samper en sus peores épocas. Pero ya no se trata de sus bajísimos niveles de favorabilidad, que muestran las encuestas. Y no puede decirse que es un problema de comunicaciones del gobierno. Simplemente, los colombianos cuando escuchan a su presidente no le creen. Diga lo que diga, no trasciende, no impacta. Es más, la gente no lo ve. No siente su presencia. Por eso se hace esas preguntas.

Pero el problema -el de verdad- está en que el país hoy está en un trancón y no hay quién presida, ni quién ayude a que se mueva. Ni para adelante, ni para atrás. El gobierno parece estar preso de los acuerdos con las Farc, en las prioridades presupuestales y los objetivos de política. Todo lo demás puede esperar. La gente entendió el mensaje y también decidió movilizarse para pedir para sí. Los maestros, agricultores, camioneros, banqueros o los indígenas, todos se movilizan duro para exigir que de ellos sean las prioridades presupuestales y los objetivos de política. Y como este es un gobierno blandengue que, como buen cachaco, firma lo que sea, con tal de no pelear.

Y para cerrar el escenario, los demás poderes (Legislativo y Judicial) siguen amarrados de lo que diga el Ejecutivo. Bien porque están esperando qué es lo que va a ofrecer a cambio de su voto aprobatorio, o bien porque no quieren sentir la responsabilidad de ser señalados como los responsables de “haber acabado con la paz”. Y así han decidido bloquear la Constitución y bloquearse a ellos mismos.

Y todos los demás sectores de la sociedad, en total estado de sordera. No se quieren escuchar argumentos. No de un lado, ni del otro. Cualquier esfuerzo que se hace, muy rápido se cae ante una agresión de la contraparte. Cualquiera que sea. Cada quién toma partido y se va para la acera que (cree) le corresponde. Y Allí se organiza y fortalece para enfrentar al enemigo que tiene enfrente. Ya ni siquiera se le trata como adversario. Porque eso supondría un cierto reconocimiento del otro. Y aquí, ya ni eso.

El análisis que Castoriadis hace de las crisis de las sociedades occidentales, parece tener vigencia en Colombia. Para este autor, la “sociedad política actual está cada vez más fragmentada, dominada por lobbies de todo tipo [políticos, empresarios, militares, minorías, terratenientes, educadores, salubristas, burócratas, desempleados, jefes de familia, etc.], que producen un bloqueo general del sistema. Cada uno de estos lobbies es, en efecto, capaz de obstaculizar eficazmente toda política contraria a sus intereses reales o imaginarios; pero ninguno de ellos tiene una política general; y aunque tuvieran una, carecerían de capacidad para imponerla”.

Castoriadis tiene razón. En Colombia, el problema no radica en la falta de soluciones, sino en el enfrentamiento irresuelto entre ellas. El país, con todos sus componentes políticos, jurídicos e institucionales, hoy parece tener pico y placa.