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El camino de la política

El momento no podía ser mejor para la Iglesia Católica. Con su visita el papa Francisco, no sólo le pudo ofrecer una respuesta de movilización a la indignación que viven los colombianos por la corrupción y la violencia.

10 de septiembre de 2017 Por: Pedro Medellín

El momento no podía ser mejor para la Iglesia Católica. Con su visita el papa Francisco, no sólo le pudo ofrecer una respuesta de movilización a la indignación que viven los colombianos por la corrupción y la violencia. También, y lo más importante es que, con esa respuesta, le ha permitido recuperar terreno y posicionarse en el centro de la política colombiana.

Hay que ver cómo el Papa puso a orar a los jóvenes en la Plaza de Bolívar, al tiempo que los llamaba a movilizarse y a desafiar el miedo; cómo fustigó a los dirigentes políticos por su insensibilidad ante el dolor de las víctimas o por la primacía de sus intereses personales o grupales, “que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos”; y cómo obligó a reflexionar a los obispos sobre su papel en el Proceso de Paz en el Palacio Arzobispal, mientras reconocía los vanos e infructuosos que han sido los trabajos pastorales de la iglesia colombiana. Hay que ver como les decía: “Colombia tiene necesidad de su mirada propia de obispos, para sostenerla en el coraje del primer paso hacia la paz definitiva, la reconciliación y hacia la abdicación de la violencia como método”. Más político, imposible.

No hay duda. A la Iglesia Católica, la visita de Francisco le llega como un bálsamo. Sobre todo en un momento en que una multiplicidad de iglesias, ha irrumpido en el panorama “espiritual” colombiano para movilizar en su favor una todavía no calculada cifra de fieles en el país. Y gracias a su trabajo persistente, ha copado los principales escenarios políticos e institucionales y han adquirido tal poder político y social, hasta el punto en que se han vuelto actores decisivos, en asuntos que otrora eran exclusivos de la Iglesia Católica.

El Papa ha trazado una cartografía política por donde tiene que comenzar a recorrer su camino la Iglesia Católica colombiana, superando las décadas en las que ha permitido que su mensaje se evapore o se lo tomen altos funcionarios públicos para ponerlos al servicio de sus intereses y convicciones. Porque eso es lo que ha sucedido. Por una parte, que los jerarcas de la iglesia colombiana no sólo no han sabido reconocer ni sintonizarse con los problemas del país o con las exigencias sociales de los tiempos. Tampoco han sido capaces de trazar un ideario que movilice a sus feligreses en torno a lo que podría inspirar a un colectivo en el logro de un proyecto. Y por otra parte, que los espacios políticos que ha debido ocupar, con respecto a los temas que su manera de entender el mundo como el aborto o el matrimonio gay, han sido ocupados por funcionarios públicos o movimientos políticos, que convierten su posición frente a los temas, en una posición política y electoral.

El Papa le ha asignado al trabajo pastoral el papel fundamental en la búsqueda del reencuentro y reconciliación de una sociedad políticamente fracturada y socialmente bloqueada. Y eso implica un esfuerzo político significativo, tanto porque le exige a la Iglesia retomar el lugar de influencia y respeto que hace décadas tuvo en la sociedad colombiana, como porque le impone la durísima labor de abrir espacios que le den respiro a los colombianos. Es la tarea de reconstruir el tejido social que la multiplicidad de violencias ha destruido por décadas. El esfuerzo no va a ser tan duro a nivel nacional, como en los territorios. Porque es allí, en los departamentos y municipios, donde la guerra no ha cesado. Y en donde las organizaciones armadas ilegales de todo tipo, no están dispuestas a ceder un ápice en el control territorial que tienen y el poder que les representa. El mensaje ya está claro. Si la Iglesia Católica no quiere desaprovechar el cuarto de hora, más vale que se empeñe a fondo en el camino de la política que ha marcado el Papa Francisco.