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De cabo a rabo

Ha comenzado la que, sin duda, será la legislatura más importante, pero a la vez, la más difícil y compleja de las últimas décadas. No sólo porque los congresistas tienen que tramitar y aprobar un conjunto de reformas que van a determinar la supervivencia o no del Estado para los próximos 50 años...

22 de julio de 2018 Por: Pedro Medellín

Ha comenzado la que, sin duda, será la legislatura más importante, pero a la vez, la más difícil y compleja de las últimas décadas. No sólo porque los congresistas tienen que tramitar y aprobar un conjunto de reformas que van a determinar la supervivencia o no del Estado para los próximos 50 años, sino porque también tendrán que aprender a vivir con una nueva forma de hacer política y ejercer el poder en el país.

Las decisiones que se tomen en materia tributaria y pensional, así como los ajustes que se deben hacer al régimen de transferencias de recursos de la nación a los departamentos y municipios (incluyendo las regalías), o la manera como se reestructure el sistema de salud o se redefina la estructura orgánica y funcional de la justicia, van a ser las piezas claves que garanticen la sostenibilidad del Estado y de la sociedad en el largo plazo.

Lo positivo de ese desafío, es que por primera vez, vamos a tener la garantía de que habrá una oposición fuerte y unida, de convicciones políticas duras, regidas por un signo ideológico definido y muy distinto al de la coalición de gobierno. Y eso ya es una muy buena señal. Ya no estamos ante una oposición debilitada a la que se le podía arrollar con la aplanadora de puestos y contratos como se ha hecho desde hace décadas.

La oposición de ahora tiene fuerza movilizadora y capacidad, no sólo para sacar a la gente a la calle, sino también para crear en los medios una ‘narrativa’ (así la llaman ahora) de victimización a lo que se haga con sus seguidores, y de mostrar como violento todo lo que haga el gobierno.
Y digo que es positivo porque eso obligará al gobierno (y a su coalición en el Congreso) a pensar y tramitar sus reformas con argumentos distintos a la mermelada y, sobre todo, a estar mucho más cerca de la realidad y de las necesidades de la gente y de los territorios. Claro, eso también va a exigir funcionarios mucho más competentes y capacidad para moverse en escenarios difíciles y con restricción de recursos.

El problema está en que, por lo visto en estos días, ni la coalición de gobierno, ni aquellos que habían anunciado su apoyo al gobierno de Duque, parecen muy preparados para enfrentar semejante reto. El espectáculo de egos y triquiñuelas que vimos en las ‘negociaciones’ para conformar las mesas directivas del Congreso, ponen en evidencia a unos politiqueros tradicionales que no saben a qué se están enfrentando. Y que su móvil solo está en ver cómo saca ventajas de las decisiones colectivas que debe tomar el Congreso.

Pese a que, como reportan los medios de comunicación, la coalición del Centro Democrático con los partidos Liberal y Conservador, pudieron salir avantes en el primer pulso político en el Congreso, esa ‘victoria’ ha dejado muchos heridos en el camino. Sobre todo en el partido de gobierno y en los acompañantes ocasionales de la coalición (especialmente en el partido de la U), en donde la expectativa de tener beneficios burocráticos terminaron cediendo para lograr los resultados obtenidos.

Para el nuevo gobierno, el resultado no hace otra cosa que dejar las alarmas encendidas. Sobre todo en lo relacionado con lo que será la capacidad de la Ministra de Interior para moverse en esos escenarios difíciles y sin la ‘mermelada’ que tanto facilitaba las cosas.

Y para el Congreso, lo sucedido también pone en evidencia que senadores y representantes están inaugurando una nueva forma de relacionarse entre sí y con el gobierno. Una forma en la que, como lo acaba de mostrar Antanas Mockus en su primera intervención oficial ante el país y sus colegas, la política comienza a cambiar ‘de cabo a rabo’. O por lo menos eso fue lo que entendí.