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Autoridad, Alcalde, autoridad

El video en el que un joven de 18 años pierde el control de su vehículo y choca contra la barrera de protección a la salida del túnel de la Avenida Colombia, ilustra bien el drama de Cali.

12 de marzo de 2017 Por: Pedro Medellín

El video en el que un joven de 18 años pierde el control de su vehículo y choca contra la barrera de protección a la salida del túnel de la Avenida Colombia, ilustra bien el drama de Cali. Un grupo de jóvenes en lujosos carros, arriesgando su vida y la de los demás, organiza un ‘pique ilegal’ en el túnel. Semanas antes, habían sido los motociclistas para hacer demostraciones de destreza y velocidad. Y meses atrás otro pique terminó con la muerte de un joven en el mismo lugar en que conductor del Mercedes se estrelló el martes.

Es una muestra de una ciudad en que la ley cada vez se respeta menos. Son pocos los que acatan las reglas dictadas por la Constitución y la Ley. En las calles, en eventos públicos, con los vecinos, en las filas del cine o de la farmacia. En el manejo de los espacios privados o el respeto en los espacios públicos. Cada vez más, Cali parece una selva en donde es el más fuerte el que se impone. Cada quien quiere hacer valer sus derechos. Y lo hace a la brava.

Hoy se vive en una sociedad de avivatos y en un Estado que, donde no es débil, es corrupto (porque la corrupción demuestra, que cuando quiere el Estado funciona. Allí donde se impone, exige y controla, allí mismo es donde cobra, coacciona y somete). En el resto, cada funcionario hace las cosas de la manera que mejor puede. Aunque algunos, con un raro sentido de la responsabilidad. Ante la evidencia de un delito o un desafuero, cuando no se prometen investigaciones exhaustivas, tienden a negar los hechos que cuestionan su labor como funcionario público. Como ocurrió con el Secretario de Movilidad ante los hechos de la Avenida Colombia.

Si no se hace nada, si solo se prometen sanciones, se puede esperar un futuro en el que sigan los peores indicadores de violencia e intolerancia en el país. Porque no se puede olvidar que Cali tiene una tasa de homicidios que supera en mucho el promedio nacional; que aquí las mujeres y los niños están más expuestos a la agresión y la violencia sexual que en las demás ciudades del país; y que las riñas aumentan revelando una sociedad mas intolerante.

Se ha llegado a una situación en que salir a la calle, es enfrentar una lucha por la supervivencia. Cuando no es la inseguridad, es el irrespeto o la disputa de cada metro de vía con las motos, los automóviles, los buses y los taxis. Cada quien tratando de pasarse de avivato, a ver si llega más rápido de los demás.

Es evidente que falta autoridad en la ciudad. Que el sistema de agentes de tránsito es incapaz de regular la movilidad. Y no sólo eso. También muchos lugares de la ciudad que, como la rotonda de entrada a Siloé, se están dejando convertir en basureros y centros de indigencia. El desaseo, la falta de control y la tensión social que reina allí, producen un efecto de síndrome de la “ventana rota”. La gente ve que como ese lugar no se controla, ahí no hay necesidad de cumplir con la Ley. Y así es como se hunden las ciudades.

El alcalde Armitage tiene mucho que mostrar. Pero falta imponer la autoridad. Esa que hace que la gente acate las normas. Y si falla, que la sanción sea pronta y ejemplarizante. Y eso implica dar un vuelco de fondo al gobierno de la ciudad. Ya en el pasado se vio como funciona Cali cuando se impone el orden en el tránsito. Hay que retomarla, metiendo en cintura a los motociclistas y el transporte pirata. Y con respecto al pique de la Avenida Colombia, proceder muy drásticamente. Tiene las pruebas. Pues proceda.

La otra pata en la que se debe parar duro el Alcalde, debe ser en la regulación y recuperación del espacio público. Que los constructores respeten las normas y los vendedores ambulantes tengan alternativas laborales. No más mercados en las calles, porque el derecho a la vida prima sobre el derecho al trabajo. Es un comienzo para volver al respeto por la ley. Gobernar no es administrar la voracidad de los avivatos.