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Mi amigo inmortal

Que los periódicos del mundo entero, desde Colombia hasta China, desde Estados...

27 de abril de 2014 Por: Patricia Lara

Que los periódicos del mundo entero, desde Colombia hasta China, desde Estados Unidos hasta Senegal, desde Argentina hasta Rusia, desde Cuba hasta Arabia Saudita, desde Brasil hasta Japón, desde México hasta Francia, le hayan dado primera plana a la noticia de la muerte de un hombre que se dio a conocer sólo por lo que produjo con su máquina de escribir, y que también la radio de todos los rincones y las cadenas de televisión de todos los continentes hayan registrado su adiós y hayan recordado párrafos de sus obras, me puso frente a la abrumadora sensación de que un colombiano, quien además había sido uno de mis más queridos amigos, había logrado satisfacer ese anhelo que la humanidad ha tenido desde el comienzo de los tiempos y que, para colmarlo, se ha inventado la existencia de las religiones y, ellas, la de los conceptos del cielo, y del más allá, y de la reencarnación, y de la vida después de la muerte. Desde 1967, cuando en quince días se agotó la primera edición de Cien Años de Soledad, luego de que Mercedes Barcha vendió la licuadora de su casa para pagar el porte de la segunda parte del manuscrito que su marido, Gabriel García Márquez, le había dado para que le enviara a Francisco Porrúa, el editor de Suramericana en Buenos Aires, ya que no les quedaba ni un peso en el bolsillo, era posible imaginar que la novela perduraría.Y después, cuando las ediciones siguientes continuaron agotándose, y la obra empezó a traducirse a todos los idiomas, y alcanzó los cincuenta millones de ejemplares, su permanencia fue incuestionable.Y cuando después de siete años Gabo terminó El Otoño del Patriarca, una novela perfecta, que él decía que era su mejor libro (yo creo lo mismo), la leyenda se incrementó.Y cuando escribió otras obras espléndidas (El Amor en los Tiempos del Cólera, Crónica de una Muerte Anunciada, Noticia de un Secuestro, etc.) y se ganó el Premio Nobel, el mito se disparó. Y cuando la Real Academia estableció que después de El Quijote de Cervantes, Cien Años de Soledad era la novela más importante de la lengua española, la consagración de García Márquez quedó sellada.Pero ahora, a raíz de su muerte, se hizo evidente que él había trascendido el tiempo y que sus nietos, y sus tataranietos, y sus chosnos, y los chosnos de ellos, y así, por las generaciones futuras, seguirían recordándolo y él continuaría viviendo a través de sus historias, de sus personajes y de sus textos.Recuerdo que una vez Gabo me dio la clave del por qué de ello:- ¿Usted sabe por qué mis libros se leen por igual en África, en Japón, en Europa o en Colombia? Porque siempre los lectores descubren que alguien cercano a ellos, la mamá, o la mujer, o el tío, o la novia, o el marido, se parece a uno de mis personajes.Y es precisamente ese percibir en su gente lo que la hacía universal, y ese plasmar esa universalidad en un pueblo polvoriento de nuestra costa al que bautizó Macondo, lo que perpetuó a García Márquez. Es esa sintonía suya con lo humano de los seres humanos, y esa capacidad de trasmitirlo de manera poética, lo que lo hizo universal.En una de sus frases memorables Gabo afirmaba que la verdadera muerte es el olvido. Pues bien, para tranquilidad de ese costeño entrañable que le tenía terror a la muerte, y era tan de carne y hueso y tan cercano, que parecía de lavar y planchar, él no murió porque ninguna generación, a través de los tiempos, lo va a olvidar: se volvió inmortal.