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¡Hasta siempre, Roberto Burgos!

Roberto, además de buen escritor, era ante todo un buen ser humano y un gran amigo.

21 de octubre de 2018 Por: Patricia Lara

Cuando el martes a las 9:00 p.m. salí de cine y prendí mi celular, me encontré con uno de los mensajes más tristes que he recibido en el último tiempo: “Patricia, murió el compadre Roberto Burgos”, me decía en un WhatsApp, así, a secas, el periodista Oscar Alarcón.

Roberto había muerto de una sucesión de infartos impredecibles. Hacía poco más de un día había regresado de Cartagena, esa ciudad tan suya de la que nunca se desprendió, a la que tanto le escribió y a donde había ido a encerrarse unos días para adelantar un libro.

A Roberto el corazón le arrancó la vida justo en el momento en que estaba recibiendo los mayores reconocimientos literarios, pues hacía un par de meses había ganado el Premio Nacional de novela por su último libro ‘Ver lo que veo’, así como antes había obtenido el Premio de Narrativa José María Arguedas Casa de Las Américas y había quedado de finalista del Premio Rómulo Gallegos con su novela ‘La ceiba de la memoria’.

Es que Roberto Burgos era una hormiguita para el trabajo. Se ganaba el pan, bien como abogado o como director del programa de escritura creativa de la Universidad Central y, luego, entre 5:00 p.m. y 10:00 p.m., se encerraba con su literatura y creaba los textos más elaborados, más delicadamente escritos. Por esa disciplina suya y esa pasión por el oficio, produjo una obra extensa: en 1980 publicó su primer libro de cuentos, ‘Lo amador’; en 1984 sacó su primera novela, ‘El patio de los vientos perdidos’, quizás la obra suya que más me gusta; en 1987 apareció su libro de cuentos ‘De gozos y desvelos’; en 1992, su novela ‘El vuelo de la paloma’; en 1995, su otra novela ‘Pavana del ángel’; en 1998, su recopilación de cuentos ‘Quiero es cantar’; en el 2007, su novela monumental ‘La ceiba de la memoria’; en el 2009 los cuentos ‘Una siempre es la misma’; en el 2010, la novela ‘Ese silencio’; en el 2013, su último libro de cuentos, ‘El secreto de Alicia’; en el 2015 su novela ‘El médico del emperador y su hermano’; y en el 2017 su último libro, ‘Ver lo que veo’.

Pero Roberto, además de buen escritor, era ante todo un buen ser humano y un gran amigo. Lo había conocido hace casi 40 años, por la época en que publicó ‘Lo Amador’, porque era tal vez el amigo más cercano de Eligio García Márquez, mi compadre. Entonces nos volvimos compadres por analogía. Y ese compadrazgo se tornó mucho más intenso a raíz de esos meses tan largos y tan tristes que compartimos al acompañar a Eligio en el calvario de su agonía y al sufrir juntos, por igual, el vacío de su ausencia prematura.

Roberto Burgos era un ser dulce, discreto, solidario, generoso. “Comadre”, me había escrito en el último correo que me envió el 24 de agosto, al día siguiente de la presentación de mi libro ‘Adiós a la guerra’. “¡Qué acto más conmovedor! de una verdad aplastante y un poder de transmitir el dolor que parece ajeno y resulta también nuestro. Hacía falta un libro así. Hasta pronto”, me había dicho.

¡Qué iba a imaginarme yo que ese “hasta pronto” sería su último adiós! ¡Qué iba a pensar que esa parranda que con Óscar Alarcón habíamos planeado hacerte, querido Compadre, iba a quedar truncada por tu muerte! ¡Qué iba a creer que tan pronto ibas a irte tú también, Roberto Burgos Cantor!

Ahora, sólo me queda decirte ¡descansa en paz, Compadre!

Y a Dorita, a Alejandro y a Pablo, les digo: los acompaño en su dolor.

Sigue en Twitter @patricialarasa