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Esas dos Colombias…

Desde el inicio de Comedia Romántica, una de las dos novelas pegadas...

17 de febrero de 2013 Por: Patricia Lara

Desde el inicio de Comedia Romántica, una de las dos novelas pegadas que componen Érase una vez en Colombia, la última obra del bogotano Ricardo Silva, que pinta a nuestros dos países, aquel donde habita la gente más feliz del mundo y el otro donde ocurren los crímenes más atroces, usted no puede parar de leer.Luego de encontrarse con ese lead espléndido que resume lo que, en el fondo, de verdad más soñamos casi todos -encontrar con quién tener “una conversación que dure toda la vida”-, el lector se adentra en el diálogo, al principio ingenuo y casi superficial, de una pareja, Benjamín y Martina, que empieza a conversar sin tener muy claro que ambos encontraron en los dos el amor para el resto de la vida, ese amor que sobrevive a las relaciones fallidas, a los desencuentros, a los silencios, a las ausencias y que, al final, “tarde o temprano, después de todas las épocas”, se retoma hasta que empiezan a perderle el miedo a la intimidad, y ella le dice a él “me parece que la verdadera razón por la que se fue (…) es que usted hace imposible tener una relación con usted, usted hace imposible llegar de verdad hasta usted porque sí: porque nunca jamás grita !auxilio!, porque sólo le llora a ¡Qué bello es vivir!”, y agrega “usted me hace falta todo el tiempo, Benjamín, es como si no pudiera quitármelo de encima”, y Benjamín la conmina: “Yo no quiero ningún romance más, Martina, yo no me aguanto otra historia de amor que no me dure para siempre”; y después de que ella acepta que “estaba abrumada porque su generosidad no tenía fondo”, y se decía “este es el amor de mi vida, pero (…) yo no me merezco nada de esto”, entienden que la vida se les va a ir reponiéndose el tiempo que no han estado juntos.Y luego de ese diálogo grato e interminable que transcurre a medida que van envejeciendo, imperceptiblemente, entre todas las contradicciones y los claroscuros de la vida, para terminar en un te quiero convencional y compartido, usted, que apenas los ha oído mencionar la masacre de Camposanto, le da la vuelta al libro y, por la otra cara, empieza a leer El Espantapájaros.Y entonces se detiene en esa primera frase, “nada ni nadie imagina la masacre”, y aterriza súbitamente en Colombia, país donde cualquier crimen es posible, donde Silva no tuvo sino que inventarse una historia tan atroz como las que tantas veces había conocido, una masacre inverosímil pero posible en este país de masacres, en la que fusilaron a 29 ancianos que, según el matón de turno, llevaban en las líneas de su mano la seña de que ya les había llegado la hora de la muerte.Y después de ese horror narrado magistral y minuciosamente, usted termina el libro con esta frase escrita por un gran autor de este país donde pasa todo aun cuando siempre parezca que no pasa nada:“No hay nada más que ver. Cierren los ojos: Camposanto no existe cuando nadie está mirando. Pasen la página con la sensación de que después del aguacero sigue el mundo. Todo ocurre por algo y para algo”.Sí, Érase una vez en Colombia, interesante y extraño experimento cuya génesis Silva explica con esta frase: “Me di cuenta de que el amor esperanzador de Comedia romántica era una forma de sobrevivir al infierno de El Espantapájaros y que el horror que experimentan los personajes de El Espantapájaros tenía que ser conocido por la pareja de Comedia romántica”.Indispensable lectura para percibir a las dos Colombias