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De regreso a lo básico…

No recuerdo haber experimentado mayor paz que la que viví esta...

1 de mayo de 2011 Por: Patricia Lara

No recuerdo haber experimentado mayor paz que la que viví esta semana, cuando gracias a un afortunado error del proveedor de telefonía celular y de servicios de datos e Internet del blackberry, me desconectaron las direcciones de correo electrónico y la posibilidad de enterarme por la red de las noticias. Quedé entonces incomunicada en La Habana durante esos siete maravillosos días en los que tuve la fortuna de volver a recorrer las calles del viejo barrio Vedado; de observar tranquila sus casonas en tonos pastel, construidas en los años treinta y cuarenta; de caminar por el Malecón; de extasiarme ante el azul del Caribe; de dialogar con el mar y con el viento sin que nos interrumpiera a cada instante esa angustiosa vibración sonora que indica que cualquiera me ha disparado un mensaje de texto; o que alguien me llama al celular; o que me han dejado un recado de voz, tal vez de Comcel, con el propósito de anunciarme que tengo hasta tal fecha para pagar el teléfono; o que me ha llegado un nuevo correo, así sea el reenviado por algún desocupado con cualquier reflexión tonta que a su vez le acaban de mandar a él; o que me está buscando mi hijo a través del chat para reiterarme que no puede vivir sin su “gorda preciosa”, una perrita Bernés de la Montaña que ya casi pesa 50 kilos y que él insiste en que yo acepte que viva en el apartamento con nosotros; o, en fin, que el mundo de afuera golpea a cada segundo la puerta de mi mente, y que yo le permito que lo haga cada vez que se le da la gana, dejándolo, así, que me impida trabajar en paz, conversar con los míos, escucharlos, disfrutarlos; ponerme al día con esas charlas inagotables que me encanta tener con mis amigos; oír una sonata de Beethoven; o hallar ese estruendoso silencio exterior que tanto necesito para disfrutar de ese grato placer que pocas veces me permito de conversar conmigo. El primer día de incomunicación fue angustioso: cada rato me hacía preguntas del estilo de ¿qué será de la vida de mis hijos? ¿Habrán llegado bien a Nueva York, o los habrán sometido a una irrespetuosa inspección en la inmigración? ¿Cómo irá la oficina? ¿El invierno habrá producido más desastres? ¿La finca habrá quedado incomunicada? ¿En qué andará mi amor? ¡Era insoportable la ausencia de respuestas! Pero, el segundo día, cuando acepté que nada podía hacer para modificar la incomunicación, que el blackberry permanecería en silencio una semana, que yo no podía controlar a distancia a mis hijos, ni impulsar la oficina, ni evitar que los derrumbes bloquearan las carreteras, ni lograr que me recordara mi amor, comencé a disfrutar el silencio, la soledad, la lejanía de los míos, y a gozar mi reencuentro con ese país que llevo en el corazón, con mis viejos amigos cubanos y con la mejor de mis amigas: ¡yo! Entonces, como dice mi profesor, me prometí aprender a desaprender, dar a cada cosa la importancia que tiene y… ¡regresar a lo básico! Por eso, ahora, ando elaborando un cronograma que aspiro cumplir al pie de la letra, con el propósito de aliviar cuanto antes mi agenda y mi cabeza de todo lo que no sea fundamental, enriquecedor y grato. Los invito a seguir el consejo: así comprobarán ¡cómo le sienta de bien al alma ese silencio! *** Terminada esta columna, me entero de la detención del Senador Iván Moreno. ¡Qué vergüenza para el Polo Democrático!