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Pero claro, caigo en cuenta, sí habrá mañana. Lo que no hubo es ayer, porque venimos de atravesar en conjunto un paréntesis de tiempo y espacio.

3 de octubre de 2021 Por: Paola Guevara

Hace 19 meses no entraba a una sala de cine. Un acto que antes resultaba tan trivial ahora adquiere la emoción y la sorpresa de las primeras veces. Poco a poco recuperamos los espacios de antes, que son los mismos, pero nosotros distintos.

Hace 19 meses no veía las calles repletas de gente, de caminantes, de familias en busca de sol, de mascotas que sacan a pasear a sus humanos atados a una correa.

Hace 19 meses no veía los cafés y restaurantes de Cali sin una sola silla disponible, las mesas llenas como si no hubiera mañana.

Pero claro, caigo en cuenta, sí habrá mañana. Lo que no hubo es ayer, porque venimos de atravesar en conjunto un paréntesis de tiempo y espacio.

Tal vez sentir que perdimos tanto tiempo, o que la ciudad se descuadernaba sin remedio, nos hizo valorar de manera distinta el afuera, y esos grandes privilegios chicos como poder salir por el Valle, ventanas abajo, para recibir el viento en la cara.

Nos encerramos días, nos encerramos semanas. Un mes se suma a otro mes, que parecen tan insignificantes por separado, pero van tejiendo los años.

Los viejos perdieron los dos años -quizá- más importantes de sus vidas, por ser los últimos. Los niños y adolescentes, fueron separados también de años preciosos de amigos y juegos que no volverán. Hace 19 meses no estaba el 95 por ciento de las sillas escolares ocupadas por ellos.

Se habla del síndrome de la Cabaña, término muy precioso para nombrar ese estado de aprecio que logramos por los espacios domésticos, y el deseo de muchos por no volver a perder horas preciosas de vida en menesteres que ahora se resuelven a la velocidad de un clic.

Pero así como es cierto el síndrome de la Cabaña, es cierto el síndrome del retorno, esa cierta pulsión o frenesí o necesidad imperiosa de beberse la vida de afuera a borbotones, pues ahora sabemos cómo se siente no tenerla.

El nuevo futuro será una mezcla de ambos, exigirá repensar de manera más humana el adentro y el afuera; Wall Street, por ejemplo, ve cambiar el valor del metro cuadrado de sus enormes edificios de oficinas, pues la gente redescubrió la familia, el sol.

Quedan pues lecciones positivas, e iremos descubriendo otras nuevas, pero creo que una de las más importantes es el valor invaluable del tiempo, del tiempo de desplazamiento, del tiempo de reunión, del tiempo en familia, del tiempo de espera, del tiempo perdido, del tiempo recuperado. Ya no es oro. Es diamante.
Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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