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Vacaciones de uno mismo

Uno debería poder tomar, de vez en cuando, vacaciones de uno mismo....

2 de enero de 2017 Por: Paola Guevara

Uno debería poder tomar, de vez en cuando, vacaciones de uno mismo. Vacaciones de sus normalidades y sus rarezas, de sus certezas prefabricadas, de sus gustos con pretensión de imperativo categórico; de su idea de sí mismo y de la idea que vende de sí mismo.

Vacaciones del personaje esquizofrénico que uno construye sin querer en redes sociales: profundo en Facebook, superficial en Instagram, contestatario en Twitter y santo en LinkedIn. Vacaciones del propio ego, ese que se ofende, se resiente y se irrita por nimiedades; vacaciones del ejercicio mediatizado indignarse-olvidar, indignarse-olvidar, indignarse-olvidar, que conduce al final de la empatía.

Vacaciones del monólogo interior que -como describe el autor británico Matt Haig- nos dice “no lo lograrás”, “no lo mereces”, “no serás feliz”, voz macabra que salta sin ser convocada y a la que hay que salirle al paso para refutarle que no tiene razón, que es un fallo de nuestro cerebro, que sí lo lograremos, que sí lo merecemos, que sí somos y seremos felices.Uno debería tomar vacaciones hasta del sonido de su propia voz, de su propio cuerpo y sus urgencias, de los pensamientos que hace mucho se volvieron hábitos sin saber por qué.

Vacaciones de las ideas fijas y limitantes, como la de creer que somos dueños de algo, que sabemos algo o que podemos dar algo por sentado en esta vida.Uno debería tomar vacaciones de uno mismo y de sus afanes por llegar a todos lados, vacaciones de su propio moralismo, de su actitud de juez del universo, de su sentido de la autoimportancia. Vacaciones de los roles que vamos refrendando a cada paso con automática somnolencia. Vacaciones, incluso, de los seres que queremos, y también de los que nos caen de la patada.

Vacaciones de nuestras reacciones autómatas ante unos y otros.Tomar vacaciones de uno mismo para solo contemplar y fundirse con el todo. Supongo que eso ocurre solo en la infancia, en la muerte, y en los viajes a solas, cuando la ciudad por descubrir se nos impone con su entramado de calles, sabores y recintos por conocer, donde no tenemos sentido de la rutina y del control, donde nadie nos conoce, donde somos un papel fotosensible sobre el que las nuevas imágenes dejan impresiones y sensaciones que nos reconfiguran y nos limpian la retina y el alma. Habría que tomar, de vez en cuando, vacaciones de uno mismo. Y regresar, como se regresa de los viajes, despejados, relativizados, despiertos.

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