Vacaciones de uno mismo
Uno debería poder tomar, de vez en cuando, vacaciones de uno mismo....
Uno debería poder tomar, de vez en cuando, vacaciones de uno mismo. Vacaciones de sus normalidades y sus rarezas, de sus certezas prefabricadas, de sus gustos con pretensión de imperativo categórico; de su idea de sí mismo y de la idea que vende de sí mismo.
Vacaciones del personaje esquizofrénico que uno construye sin querer en redes sociales: profundo en Facebook, superficial en Instagram, contestatario en Twitter y santo en LinkedIn. Vacaciones del propio ego, ese que se ofende, se resiente y se irrita por nimiedades; vacaciones del ejercicio mediatizado indignarse-olvidar, indignarse-olvidar, indignarse-olvidar, que conduce al final de la empatía.
Vacaciones del monólogo interior que -como describe el autor británico Matt Haig- nos dice no lo lograrás, no lo mereces, no serás feliz, voz macabra que salta sin ser convocada y a la que hay que salirle al paso para refutarle que no tiene razón, que es un fallo de nuestro cerebro, que sí lo lograremos, que sí lo merecemos, que sí somos y seremos felices.Uno debería tomar vacaciones hasta del sonido de su propia voz, de su propio cuerpo y sus urgencias, de los pensamientos que hace mucho se volvieron hábitos sin saber por qué.
Vacaciones de las ideas fijas y limitantes, como la de creer que somos dueños de algo, que sabemos algo o que podemos dar algo por sentado en esta vida.Uno debería tomar vacaciones de uno mismo y de sus afanes por llegar a todos lados, vacaciones de su propio moralismo, de su actitud de juez del universo, de su sentido de la autoimportancia. Vacaciones de los roles que vamos refrendando a cada paso con automática somnolencia. Vacaciones, incluso, de los seres que queremos, y también de los que nos caen de la patada.
Vacaciones de nuestras reacciones autómatas ante unos y otros.Tomar vacaciones de uno mismo para solo contemplar y fundirse con el todo. Supongo que eso ocurre solo en la infancia, en la muerte, y en los viajes a solas, cuando la ciudad por descubrir se nos impone con su entramado de calles, sabores y recintos por conocer, donde no tenemos sentido de la rutina y del control, donde nadie nos conoce, donde somos un papel fotosensible sobre el que las nuevas imágenes dejan impresiones y sensaciones que nos reconfiguran y nos limpian la retina y el alma. Habría que tomar, de vez en cuando, vacaciones de uno mismo. Y regresar, como se regresa de los viajes, despejados, relativizados, despiertos.