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Noviembres negros

Sobre el holocausto del Palacio de Justicia, 6 y 7 de noviembre de 1985, decía el periodista Darío Restrepo esta semana que muy poco ha cambiado el país desde entonces.

17 de noviembre de 2019 Por: Paola Guevara

Sobre el holocausto del Palacio de Justicia, 6 y 7 de noviembre de 1985, decía el periodista Darío Restrepo esta semana que muy poco ha cambiado el país desde entonces: una ciudadanía desprotegida y dócil, unas fuerzas militares empoderadas ante un poder presidencial débil, y unas amenazas terroristas y narcotraficantes que siembran gravísimos desajustes en el sistema.

Este noviembre recordamos también 34 años de la tragedia de Armero y podría decirse algo semejante: el país ha sofisticado sus hábitos pero ayer, como hoy, la corrupción política usurpa el derecho de las víctimas a la protección del Estado. Contratos amañados. Niños que pagan muy alto el precio de ser colombianos. ¿Han cambiado tanto las cosas desde noviembre de 1985?

Cuando revisamos esas imágenes nefastas, palacio incendiado, los tanques entrando a la fuerza, magistrados masacrados e inocentes torturados y desaparecidos. O en Armero las escenas agónicas de una tragedia anunciada. Nos preguntamos, ¿cómo ha podido Colombia sobrevivir a tantos holocaustos y escobares y carteles y magnicidios y desastres e hidroituangos?

Y la razón es en parte ese pueblo colombiano generoso y trabajador, bondadoso e ingenuo, que cree en promesas y no tiene memoria; inhabilitado genéticamente para el escepticismo.

De ciudadanías débiles, porque como dice Martín Caparrós en ‘El Hambre’ la pobreza acorta el horizonte del deseo, y lo vuelve a uno agradecido con las migajas.

Por eso mismo, porque hemos pagado desfalcos sin chistar y elegido gobernantes que roben pero hagan algo, resulta tan peligroso que se estigmaticen las marchas, y que se llene de miedo a los colombianos sensatos para que no salgan a manifestar su descontento.

Si los ciudadanos pacíficos, respetuosos de los bienes públicos y legítimamente indignados no marchan, ¿quién lo hará entonces? ¿Los que armarán lío y romperán vidrios?

Cuando esto último ocurra toda causa justa quedará devaluada. “He ahí a los marchantes, que solo quieren excusa para vandalizar y no trabajar”, dirán convenientemente. Por eso marchar en paz y absoluto respeto será el acto más revolucionario de este noviembre. Y respetar esas marchas el acto más democrático. No necesitamos más noviembres negros.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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