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Nobel de la intimidad

Así mismo, para liberar el trauma hay que poder nombrarlo. Nombrar es crear, desde el Génesis hasta nuestros días.

11 de diciembre de 2022 Por: Paola Guevara

Leo por estos días tres novelas de la escritora francesa Annie Ernaux, premio Nobel de Literatura 2022, quien convierte su propia vida en materia prima de lo literario.

En La Vergüenza, por ejemplo, el tema central es la violencia intrafamiliar. Despacha en las primeras páginas del libro una vivencia real de su infancia, de la que fue testigo, un acontecimiento que marcó su vida y sus relaciones futuras para siempre: cuando su padre agredió físicamente a su madre, en medio de una pelea doméstica que expuso el lado más irracional y potencialmente asesino del hombre que supuestamente estaba llamado a protegerla. Y a la familia.

¿Cómo asimila una niña de 12 años un asunto como este? ¿Cómo se retorna a la aparente normalidad luego del corte abrupto de la inocencia? Ni sus amantes futuros, que se mostrarán incómodos por la revelación de este episodio, podrán comprender lo que ella vivió. O el temor de que pudiera repetirse.

Lo más interesante de esta novela no es la anécdota, ni el secreto familiar revelado, sino la exploración literaria, el abordaje. Cuando ocurrió este acto violento de su padre contra su madre, la ahora escritora no tenía ni el vocabulario, ni la madurez emocional, ni los recursos de comprensión de su familia, barrio, ciudad, país, continente, época, que le permitieran dar contexto a lo ocurrido.

Lo peor de una tragedia es no poder asimilarla, saber que seguirá viviendo con uno; no poder entenderla desde un marco de referencia completo y ampliado, o no poder darle las palabras precisas. Como en las viejas películas de exorcismos, donde el sacerdote le pide al espíritu maligno que diga su nombre, y solo cuando sabe el nombre de aquello que enfrenta puede expulsarlo. Así mismo, para liberar el trauma hay que poder nombrarlo. Nombrar es crear, desde el Génesis hasta nuestros días.

Como dice Matt Haig, toda crisis en la vida es un bache en el relato. Será la capacidad humana para nombrar las cosas, lo que permita que el hilo roto del relato personal se restablezca.

Como digo, Ernaux evacúa la anécdota de violencia en pocas páginas, pero luego recompone los datos faltantes: de su tiempo, de su cultura, incluso del funcionamiento de su ciudad, incluidas las clases sociales y la relación con -por ejemplo- los inmigrantes.

Esta arqueología de su propia vida, que hace Ernaux no solo en esta sino en sus otras novelas, nos revela el poder de la palabra para devolverle sentido a lo que pareciese no tenerlo. No para justificar. No para exculpar. Sino para reclamar propiedad sobre nuestra historia íntima.

Para darle relevancia y decir “esto importa”, mucho más cuando se nos ha dicho que lo que vale la pena contar está afuera, en los círculos de poder casi siempre masculinos, en las grandes gestas guerreras, y no en la verdad que se teje en la pequeña cotidianidad.

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