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Libreta de apuntes

Mientras lanza un llamado a tantos colegios que hacen una suerte nefasta de selección genética de los estudiantes, en función de mantener altos puntajes en las pruebas de Estado...

16 de octubre de 2022 Por: Paola Guevara

Entre los gigantes autores que por estos días visitan la Feria Internacional del Libro de Cali, se cuelan historias que pasan desapercibidas.

Frases, situaciones, momentos que no registran las cámaras ni los micrófonos y solo quedan, fugaces, en la memoria temporal de algunos seres. Consignarlas es darles perdurabilidad, y es lo que me dispongo a hacer en el breve espacio de esta columna.

Habría que contar cómo Mariana y Sebastián Valencia Sayín abandonaron por tres meses ciudades, familias, amores, rutinas, empleos, para concentrarse de lleno en el libro sorpresa del año, Cocoliso y Los Turcos, donde estos nietos de Lucy Tejada y sobrinos de Hernando Tejada (sí, el padre del Gato), narran los secretos generacionales del circuito intelectual de la Cali de los años 80.

Rescatar estas historias privadas, traerlas a valor presente y hacerlas públicas, resuena con la nostalgia de cierta ciudad que parece desvanecida. La ciudad donde un hervidero de ideas y potencias creativas recibió el tsunami del narcotráfico y tantos otros males.

Habría que contar que Federico, un niño caleño, presentó con sala repleta su primer libro, uno que escribió para explicarles a sus compañeros del Colegio Bolívar lo que significa tener eso que los adultos desprovistos de magia llaman "un trastorno del espectro autista".

Explica con dinosaurios, su metáfora personal, cómo se siente pensar distinto y percibir distinto. Mientras lanza un llamado a tantos colegios que hacen una suerte nefasta de selección genética de los estudiantes, en función de mantener altos puntajes en las pruebas de Estado (ah, cómo se mercadea la inteligencia de los niños).

Y añade Mauricio Molano, fundador de la Biblioteca Azul de la Neurodiversidad, que los niños deben ser admitidos por orden de llegada y que son los colegios que se hacen los locos quienes se pierden lo que enseña la diversidad inmensa de los seres, por preferir puntales antes que humanidad.

O contar, por ejemplo, que mientras algunos desayunan con esta columna, hay un taller llamado Los Carteles de la Poesía, donde se lee a Meira Delmar y Maruja Vieira, mientras Casa Ternario nos ayuda a convertir las palabras en carteles gráficos, al mejor estilo del arte pop hecho en Cali, ciudad donde los únicos carteles, ahora y siempre, deberían ser los literarios.

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