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La ola amarilla

Qué semanas tan felices hemos pasado, tendidos en la playa de...

7 de julio de 2014 Por: Paola Guevara

Qué semanas tan felices hemos pasado, tendidos en la playa de la vida, pensando en fútbol sin saber qué diablos trinaba Uribe en su cuenta de Twitter. Pero se acabaron las vacaciones... Y cómo quisiéramos prolongarlas otro poco más. Sí, se acabaron estas vacaciones mentales, pero dan ganas de quedarse a vivir para siempre allí, en ese país donde los ídolos no son Patrones del Mal y Sapos con Cartel, sino muchachos sencillos que triunfan con trabajo, esfuerzo y disciplina, sin tomar atajos.Dan ganas de pedir asilo en ese país de caballeros, donde los ganadores consuelan a los perdedores en lugar de arrasarlos; donde los hombres valientes lloran sin pena, en lugar de hacer llorar a las mujeres cobardemente. Qué distinta se sintió esa Nación sin regionalismos. Nadie cobró derecho de suelo, pues Colombia fue al fin de todos los colombianos, y de uno que otro argentino bendito.Habrá quién llame al fútbol ‘opio del pueblo’, pero qué refrescante fue vivir unos cuántos días en un país celebrado, reconocido, ejemplar. Semanas de banderas y camisetas amarillas, en los que el “tas-tas-tas” no vino de las armas sino de la salsa choque.No sé ustedes, pero yo me niego a volver al viejo país polarizado entre JuamPas y Zuribes; mejor quedarnos a vivir en este donde a los niños los bautizan ‘James’, ‘José Néstor’, ‘Radamel’ y ‘Teo’ con la esperanza de que encarnen valores nuevos: dejar la piel en la cancha, prometer menos y hacer más, conservar la sobriedad en la victoria, desterrar el racismo. De nosotros depende que esta Ola Amarilla no se desinfle, como pasó con la verde; que después del pitazo final comienza el verdadero juego, el más importante de todos: hacer perdurable el triunfo espiritual, apropiarnos del regalo de dignidad y amor propio que un equipo nos trajo. Los que alzaron su voz de protesta ante quienes mostraron a los jugadores aspirando cocaína en la cancha, no lo hicieron por susceptibles, ni por ridículos, ni por desocupados, sino porque ha nacido una nueva sociedad que no se reconoce más en el gastado estigma.Porque, de hecho, somos distintos. Y en adelante, quien quiera usar símbolos para definirnos tendrá que estar mejor enterado: Colombia está en proceso, Colombia está cambiando. Puede ser que el Papa sea argentino, y que el árbitro pite como brasilero. Pero James es colombiano y esta nueva orgullosa nacionalidad –como lo bailado- nadie nos la quita.

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