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La línea que nos dividió

Del Túnel de La Línea recordaremos, entre la nostalgia y la náusea, los trancones eternos, el sabor amargo del Mareol, la distancia infame entre Cali y Bogotá.

20 de septiembre de 2020 Por: Paola Guevara

Del Túnel de La Línea recordaremos, entre la nostalgia y la náusea, los trancones eternos, el sabor amargo del Mareol, la distancia infame entre Cali y Bogotá que, para la mente infantil, no se medía en kilómetros sino en número de tractomulas volcadas a lo largo y ancho de la carretera.

La espera bajo el sol, sin aire acondicionado, mientras el pater familias tomaba una siesta reparadora al costado de la carretera, o empujaba la rueda pinchada del Renault 21 hasta el más cercano montallantas, paraje casi siempre improvisado que, sin embargo, se añoraba como el Nirvana de la familia colombiana.

Recordaremos abrir la ventana del auto en busca de aires nuevos, y aspirar la brisa de caucho y frenos quemados, fusionada con perfume de neblinas y exhostos. Aprendimos que a eso olía Colombia, a eso y a gasolina y paletas de limón “para asentar la bilis”.

La banda sonora de La Línea era el casete donde Isadora clamaba “yo tengo miedo, miedo, miedo; miedo, miedo, miedo, de perder tu amor”, coro que formateó nuestra mente para soportar la amenaza de derrumbes, curvas de la muerte, tumbas y estatuas que señalizaban el lugar donde otras familias se adelantaron en curva.

Tan gris La Línea, tan soleada La Línea, tan esquizofrénica, siempre imprevisible como el paradero de nuestros impuestos. Y a la vez alimento de una fe muy católica, pues siempre, sin falta, se acercaba un vendedor de mandarinas para contar que una estatua de la Virgen acababa de salvar -a manera de gancho- a un carro de caer al abismo. Esa era la razón del trancón de doce horas. “¡Milagro!”, nos santiguábamos y dábamos gracias por el privilegio de estar vivos y a la espera.

No me cabe duda de que La Línea nos hizo esos ciudadanos resignados, aguantadores, agradecidos, merecedores de poco, que somos; llenos de certeza en lo que se espera y convicción en lo que no se ve.

Idea original del año 1902 del ingeniero Luciano Battle, retomada en 1913 como proyecto de túnel de ferrocarril, allí donde fracasaron franceses y japoneses aprendimos nuestras primeras lecciones patrias sobre excusas y dilaciones; nos enseñó que la fe no mueve montañas sino que las perfora al cabo de un siglo de espera.

Murieron nuestros ancestros sin verla terminada, con un solo carril. Se sintieron los abuelos como Moisés ante la tierra prometida que le fue permitido observar desde lejos. Por eso, si me preguntan qué es La Línea diré que la distancia más corta entre dos puntos... suspensivos.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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