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Estado Social de Agresión

Se trata de una actitud vital que cambió: el otro es visto ahora como el enemigo potencial, como alguien menos digno de respeto, como alguien a quien puedo, de forma impune, intimidar o agredir en escenarios corrientes.

8 de agosto de 2021 Por: Paola Guevara

Algo del lazo que nos conectaba se rompió. Algo de la adhesión al ‘pacto social’, como diría Rousseau, se desencajó en Cali.

Todo después de los meses de estallido social que vinieron a evidenciar en caliente un conflicto mucho más callado y prolongado que llegaba a punto de ebullición en las entrañas de la pandemia: la injusticia, la desigualdad, la escandalizadora brecha social.

Son elocuentes las cifras de accidentalidad y de mortalidad asociadas al pésimo estado de las vías o a la falta de funcionamiento de buena parte de los semáforos de la ciudad, pues en Cali el todo vale y la falta de respeto a las normas comunes, que ya era frágil, parece ahora convertirse en regla.

Se percibe el permiso inconsciente a pasarse el semáforo en rojo, a agredirse en la fila, a levantar la voz y a intentar replicar la agresión en caliente en escenarios que no tienen que ver con protestas o represiones, sino con el día a día, con las conversaciones, con las interacciones sociales.

Se trata de una actitud vital que cambió: el otro es visto ahora como el enemigo potencial, como alguien menos digno de respeto, como alguien a quien puedo, de forma impune, intimidar o agredir en escenarios corrientes.

Cesaron los bloqueos y se levantaron las líneas de protesta social en las calles, pero sigue herida el alma de la ciudad; siguen sin ser desmontadas las talanqueras de la desconfianza y la tensión. Una piedra mental se mece en la onda de cada cual, a la espera de un gigante real o imaginario a quién arrojársela. ¿Estrés post traumático?

La falta de autoridad, que se hizo evidente, dejó sembrada la peligrosa noción de que la justicia se toma por propia mano, de que la restitución del orden depende cada vez más de la ley del más fuerte, y que cada quien puede imponer su deseo individual frente al interés general. Son dudosos “aprendizajes” que tardaremos en “desaprender”.

No me cabe la menor duda: Cali es una ciudad resiliente, llena de vasos comunicantes y de capacidad para enfrentar situaciones que ponen a prueba su musculatura y su estatura.

Pero urge buscar entre nosotros la conciencia de aquello que nos une, ejercitar más que nunca la compasión por el otro, el respeto por la dignidad del que comparte la ciudad, o tendremos no una sino muchas ciudades donde las fronteras emocionales se volverán hábito, y los hábitos destino.
Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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