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Escribir es para todos

La pandemia también trajo de vuelta el deseo de escribir, ese que se quedó pospuesto entre tantas ocupaciones

14 de noviembre de 2021 Por: Vicky Perea García

Personas de todas las edades, desde niñas de colegio que cursan grado séptimo hasta pensionados de 84 años de edad, biólogos, docentes con 44 años de experiencia, médicos, psicólogos, economistas, se acercan por estos días a las bibliotecas públicas de Cali para contar que la pandemia los acercó a la lectura, a los libros.

La pandemia, explican, también trajo de vuelta el deseo de escribir, ese que se quedó pospuesto entre tantas ocupaciones, o sepultado tras el deber ser de profesiones que nos han vendido como ajenas a la imaginación, al goce, al disfrute.

Entre tantas catástrofes, entre tantas malas tragedias asociadas a la pandemia, me parece que esta es una buena noticia, digna de ser resaltada y comentada: la lectura y la escritura son de nuevo un bálsamo, un refugio, una añoranza, aunque haya prevenciones y miedos infundados.

No sé en qué momento de la vida, a la gente se le dijo que la escritura estaba reservada para unos cuantos elegidos de los dioses. Los demás quedaban para siempre desterrados del derecho de intentarlo.

Intuyo que nos falta sentido de apropiación de nuestra lengua, como si necesitáramos ‘permiso’, venias y cartas de recomendación para atrevernos a escribir, así sea para nosotros mismos. Un diario. Una carta. Una bitácora.

La escritura nos fue enseñada como asignatura. Fracasábamos o no, en ella, según una nota, una calificación. Cuando la escritura debería ser una compañera de camino para todos, un vehículo de autoconocimiento, de catarsis, de sanación, de goce, de liberación, de intimidad. Una forma de pensamiento, una herramienta de expresión de la sensibilidad, una amiga, una confidente, una fuente de placer o de angustia.

Se nos ha presentado una visión tan irreal, aséptica y excluyente de la escritura que muchos la consideran un proceso lineal, sin fallas, sin enmendaduras, cuando en realidad en ella cabe todo lo humano, la duda, la incertidumbre, la parálisis, el bloqueo, el esfuerzo, el trabajo, el oficio, la constancia, el no querer y el querer.

Si el corazón tiene dos movimientos, sístole y diástole, la escritura tiene al menos tres. Recuerdo siempre la frase que me dijo alguna vez Élmer Mendoza, el escritor mexicano: “Por las mañanas escribo, por las tardes reescribo, por las noches dudo de todo”.

Los caleños deberíamos tener, como Paul Auster, siempre un lapicero en el bolsillo. Cerca. Disponible. “Me gusta pensar que así es como me hice escritor”, dijo alguna vez.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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