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De eso no se habla

De las verdades sobre la maternidad no se habla. Y no me refiero a libros o artículos médicos y periodísticos sobre el proceso del embarazo, el parto o la lactancia; esos abundan pero abordan el asunto informativo-normativo: haga esto, evite aquello.

14 de agosto de 2017 Por: Paola Guevara

De las verdades sobre la maternidad no se habla. Y no me refiero a los libros o artículos médicos y periodísticos sobre el proceso del embarazo, el parto o la lactancia; esos abundan pero abordan el asunto informativo-normativo: haga esto, evite aquello.

Recuerdo haber hurgado, horrorizada, ciertos manuales de maternidad que más se centraban en revelar -semana a semana- cuáles eran los peores peligros que experimentaban madre y criatura; las posibles deformidades, tres ojos, cola de pescado, que podrían estar ocurriendo en ese mismo instante; la lista de síndromes, enfermedades y causales de pérdida, hasta que hallé algo mesurado y constructivo en el clásico de clásicos Qué esperar cuando estás esperando.

Pero definitivamente, más allá del cuerpo de la mujer como el lugar donde acontece la “producción” de bebés, de hormonas y de leche antes de volver a la vida laboral productiva o al asesinato de la propia carrera, poco se encuentra. Confieso que llegué a sentirme como una fábrica procesadora de alimentos con manual de instrucciones: inserte líquido aquí, extraiga allá.

Ni siquiera en el seno de las familias, ni en la interacción cotidiana entre mujeres, se percibe el deseo de abrir las puertas de la experiencia sobre asuntos que siguen siendo tabú, como la maternidad culposa o las ideas suicidas (me ha sorprendido saber que amigas íntimas, hermanas del alma, llegaron a pensar en poner fin a su vida por cuenta de la depresión posparto, y solo lo supe años después de pasado el peligro porque “de eso no se habla”).

No se habla de eso, aunque sea cuestión de vida o muerte, ni se confiesa la ausencia de vínculo con la propia criatura en ciertos casos, por temor a ser juzgada como una “mala madre”; no se denuncia la sensación de pérdida de control sobre el propio cuerpo a manos de los fríos sistemas médicos, ni la desconexión con el propio cuerpo tras dar a luz; ni la injerencia indebida de las familias latinas, tan queridas e invasivas ellas; ni las intrusivas visitas sociales al bebé versus la necesidad de la madre de hibernar con su criatura hasta obtener una onza del santo grial de la leche.

¿Explorar las profundas transformaciones psíquicas de la mujer en relación a su cuerpo? ¡Para qué! ¡Si la ropa sucia se lava en casa! Y, como no hablamos, seguimos creyendo que la maternidad es tan aséptica como un comercial de Johnson & Johnson.

Por eso celebro que en la literatura latinoamericana existan ahora ejercicios como el de Carolina Vegas, escritora colombiana que narra en Un amor líquido, valiente relato de autoinmersión, la intimidad de su embarazo; o como la versión descarnada, aguda y confrontadora que nos ofrece la escritora peruana Gabriela Wiener en Nueve lunas.
Urge romper esta deuda de silencio, o seguiremos alimentando esa vacía pose de perfección que besa nalguitas felices.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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