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Cuestión de contactos

Con qué facilidad los colombianos suponemos que si alguien logra alguna cosa en la vida, la que sea, fue “por sus contactos”.

27 de agosto de 2017 Por: Paola Guevara

Con qué facilidad los colombianos suponemos que si alguien logra alguna cosa en la vida, la que sea, fue “por sus contactos”. No por su talento, su esfuerzo, sus largas horas de trabajo, sus ideas, su tenacidad, su sacrificio, su ahorro o su capacidad; no, porque reducimos la valía de las personas a un asunto de “contactos”.

Por lo tanto, suponemos que la forma mágica de también lograr algo es pedirle al otro –ya adivinaron- “sus contactos”, y no faltan los padres que eligen colegio para sus hijos con más sed de contactos que de conocimiento. Porque como todo es cuestión de contactos, entonces es tan sencillo como marcar un número de teléfono, decir “tu contacto me lo dio fulano” y entonces sí, obtener rápido lo que uno pretende. Qué pereza mental.

En el fondo de esta mentalidad empobrecida (creer que lo que logran los otros es por contactos, reducir el mérito de otros a su red de contactos, cobrar mordidas subterráneas por poner en contacto, o fingir cercanía a otros solamente para libar sus contactos de la forma más utilitaria posible) lo que subyace es una idea del país, una idea de la sociedad, una idea de la vida misma en la que no damos valor al proceso, al mérito, y mucho menos a las personas.

Quiero tus contactos luego existes. ¡Y después nos sorprende que se haya burocratizado un Estado entero! Si nuestra idea de sociedad es un bloque estático, donde nada ni nadie se mueve, donde cada cual se atornilla a su suelo; donde uno nace, crece, se reproduce y muere en el mismo lugar mental; donde todo ascenso es una traición de clase y donde de antemano creemos que todas las puertas están cerradas (salvo que haya “contactos”), es apenas obvio que veamos como “sospechoso” al que no cabe en una de las tres categorías que suponemos que existen: amo, capataz o esclavo. Esta ‘contactitis’ es reflejo de una Colombia anquilosada que concibe la movilidad social como algo que no ocurre, y que si ocurre es porque se ha recurrido a una palanca que abra la puerta cerrada. Ya conocemos el dicho colombianísimo: dame una palanca y moveré el mundo.

Y la muestra más patética de ello son las justificaciones del caso Odebrecht: “No sabía quién viajaba a mi lado en el jet, yo solo serví de contacto”, “solo fui un puente”, “solo organicé el almuerzo” (donde los invitados pactaron el ilícito), “solo los presenté”. La contactitis aguda, definitivamente, no solamente es señal de insufrible lagartería, sino que está a un solo contacto de ser corrupción.

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