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¿Y para qué tanto ego?

¿Por qué hay personas que creen que por tener un puesto o más estudios que uno pueden hablarte de mala manera?

30 de enero de 2020 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

¿Por qué hay personas que creen que por tener un puesto o más estudios que uno pueden hablarte de mala manera? La pregunta la hace una mujer que sirve a decenas de personas todos los días, con la paciencia de quien ha memorizado con esmero a quién servirle un café caliente en la mañana y a quién una taza de aromática al pasar el mediodía.

Podríamos aventurarnos a dar un sinnúmero de respuestas a la legítima inquietud, algunas con indignación; otras con un aliento que abrigue el corazón ofendido, y unas más con la explicación de que hay quienes andan tan embriagados con alguna pizca de poder y éxito, que extraviaron en su aparatoso equipaje la necesaria empatía para transitar por la vida.

La escena que origina el relato, quizás se repita a diario en distintos rincones del mundo. Y en ocasiones se traduce en otros momentos, donde quienes gozan de algún reconocimiento se arropan de soberbia para hablarles a quienes tienen al lado o se topan en su camino. Pareciera que sus cargos, sus triunfos, les revistieran de una superioridad fantasiosa que alimentan con aplausos de la audiencia y el elogio de quienes les aprecian.

Al final, todo se resume en el concepto que tienen de sí mismos, o mismas, en su mente. Y que puede confundirse con el autoestima, la firmeza o el arrojo -grandes acompañantes en la medida justa- pero que no es más que un halo de grandeza casi monárquica que produce alucinaciones consistentes en que la humanidad ha de rendirles pleitesía o agradecerles por dejarles conocer su enorme sabiduría. (O será mejor, ¿egolatría?)

Cuenta una amiga que alguien cercano a ella que saboreaba las mieles de un ascenso, decidió transformar su apariencia para ir al trabajo y relacionarse con sus subalternos con un trato despectivo para marcar la diferencia y “hacerse respetar”. Porque, ahí va otra consecuencia del síndrome de rey o reina que a estas alturas de los siglos sigue tan campante, hay quienes asumen que el liderazgo debe proclamarse, hablando con suficiencia y voz autoritaria, cuando es mucho más sencillo y edificante inspirar.

Por desgracia, solo cuando aparece la fragilidad de la vida para decirnos que estamos aquí de paso, se recuerda que de nada sirve repartir arrogancia, sobradez y grosería. Y que nos ha hecho mucho daño eso de creer que porque alguien es inteligente y bueno o buena en lo que hace, que tenga sus habituales derroches de antipatía, no importa.

Nunca será demasiado tarde para intentar ser mejor persona, paso a paso, momento a momento. Nunca lo será tampoco para que en lugar de protagonizar las escenas que dan lugar a esta columna nos preguntemos al final de cada jornada ¿y para qué tanto ego?

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