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Viendo a Pablo, odiando a Escobar

La veo casi todos los días y no me da vergüenza decirlo....

21 de junio de 2012 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

La veo casi todos los días y no me da vergüenza decirlo. Así me tenga que someter a la dialéctica repetida de quienes sermonean y dicen que es apologética, que lo muestran como un Robin Hood y que es una fórmula cantada de los canales nacionales. La veo porque, debo confesarlo, siento un morbo incontenible por las historias de narcotráfico. Y no necesariamente es que encuentre en ellas modelos de vida, ni más faltaba, sino porque me sorprende la extraña condición humana y los límites a los que es capaz de llegar.Respeto profundamente a quienes no la ven y la critican. Como espero el acto recíproco de quienes están en ese bando; ese es el reto: respetar la diferencia. Incluso, les compro la idea de que hasta ahora lo que han presentado lo endiosa y poco lo condena.Pero más allá de eso, lo que he visto me muestra una producción televisiva impecable, unos personajes bien caracterizados y una seria evocación de una realidad que marcó al país. Viéndola, me aterro de que todo ello haya ocurrido: un mafioso que llegó hasta el Congreso, que mató a diestra y siniestra, que hizo explotar un avión, que convirtió la Hacienda Nápoles en un palacio del horror (con zoológico incluido) que además fue su centro de operaciones y el mayor culto al exceso. Un mafioso que gobernó y asesinó en su Catedral y construyó cientos de casas, a ver si haciendo favores a los pobres exorcizaba sus culpas. Comprendo a los familiares de las víctimas que desaprueban la serie. También a quienes creen que tanta realidad cruel en la televisión hastía y comparto que no debe abusarse del formato mafioso, sin más razón que la pelea por su majestad el rating. Comprendo a los padres que se preocupan por los modelos que capten sus hijos; pero para eso, señores, deben estar a su lado, dando línea, porque la serie ofrece una oportunidad para explicarles a las nuevas generaciones el alcance de una tragedia de la que este país fue víctima.Creo, también, que ‘Pablo, el patrón del mal’, es una puesta en escena legítima de un pedazo de la historia reciente, que debe ser documentada, como en su momento lo hizo Alonso Salazar en su libro La Parábola de Pablo, que da origen a la serie. Y que el enfoque con que se ha vendido (vigilada por los hijos de dos víctimas y respetuosa de las mismas) es el que debe prevalecer sobre el sórdido mundo que el peor mafioso de Colombia y quizás del mundo fue capaz de crear.Por eso digo –haciendo alusión al nombre del libro de Virginia Vallejo (Amando a Pablo, odiando a Escobar)– que veo la serie, con la mirada crítica que la misma debe ser vista. Porque así como la mayoría de colombianos que vimos explotar edificios y morir inocentes en los 80, aborrezco lo que Escobar le hizo a Colombia. Y el ver la serie no me hace cómplice de esa terrible historia.