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Mi amigo y los Farallones

“Soy un ‘maldingo’ terco y por eso cuento lo que pasa...

12 de marzo de 2015 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

“Soy un ‘maldingo’ terco y por eso cuento lo que pasa acá, en esta Cali rural que vive sin apoyo. ¿No se dan cuenta de que si no cuidan el campo, no les va a llegar agua a la ciudad?”.Quien así habla es un caleño que hace unos años huyó de la ciudad y se fue a vivir al campo. Él es mi amigo, y también, el amigo del Parque Nacional Natural Farallones de Cali. Denuncia, escudriña, toca puertas. Escribe, manda fotos y me clama su angustia en correos, vía whats app o me busca si sabe que ando de visita en su corregimiento.Sé que prefiere que no dé su nombre, porque hoy el problema en Farallones, más que de invasores de predios, es de empresas delictivas (bacrim, incluso) que llegaron al parque para quedarse. Montan campamentos, suben maquinaria y explotan la cuenca del río Cali y sus afluentes en busca de oro; reclutan mujeres para prostitución y niños de décimo y once grado para que busquen oro. “El Alcalde prometió construir la Vuelta de Occidente y no arranca. Emcali no sabe qué pasa en la cuenca. Talan bosques para sembrar cultivos, sin control. Y la minería, que no para. No hay política rural. La Umata no funciona. La oficina de Cali Rural trabajo sin apoyo. En la Unidad de Parques hay uno o dos funcionarios para vigilar todo Farallones, desde Buenaventura hasta Jamundí. En la CVC tienen cuatro funcionarios para 14 corregimientos. Y Planeación Municipal no se asoma por acá.”.Desde el 2011, cuando el entonces alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina cerró las minas, acatando un fallo de tutela, se han producido pocos avances para controlar la actividad minera. En septiembre del 2014, hubo un operativo en Peñas Blancas, pero a los pocos días vieron subir de nuevo motores eléctricos, cilindros, poleas y víveres (para llegar a lo más alto hay que caminar siete horas o movilizarse a caballo). En octubre, en la mesa de la Personería, se habló de la existencia de 63 socavones, 13 campamentos y 150 mineros. Hace apenas dos meses, un grupo de campesinos, entre ellos mi amigo, alertó por la posible presencia de químicos en el río Felidia. “Cómo pensar en hacer un embalse en Pichindé si ni siquiera cuidan la cuenca. Cómo solucionar el permanente problema del agua en Cali (cuando llueve o cuando hay sequía) si no miran hacia el campo. En la mesa de La Habana se habla de política rural, pero en la práctica no hacen nada. Y mientras tanto, todo ese estrés que padece la montaña es el que les llega a la bocatoma de San Antonio”. Por qué nos cuesta tanto en Colombia entender que si le diéramos el valor que tiene al campo, si escucháramos voces como la de mi amigo quizás la historia no nos respondería con balas, desplazamiento, disputas de tierras, minería, deforestación y tantos otros males. ¿Por qué seguir con esa soberbia citadina que subestima, ignora o desconoce lo rural? Los Farallones también son Cali y alguien tiene qué dolerse de lo que allí pasa.