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Las lecciones de don José

Don José no quiere que le pase nada a la dueña del restaurante donde el lunes se registró un caso de discriminación en su contra. Es más, don José no se sintió discriminado.

10 de mayo de 2018 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Don José no quiere que le pase nada a la dueña del restaurante donde el lunes se registró un caso de discriminación en su contra. Es más, don José no se sintió discriminado. No entiende bien lo que pasó. Hasta se sintió apenado por el llanto de la mujer que lo invitó a comer a su mesa y grabó lo ocurrido. Y no comprende por qué un video que se viralizó en un santiamén lo sacó de su apacible vida como cantante callejero en Medellín para convertirlo en protagonista nacional.

Don José ya no quiere más cámaras siguiéndolo. Incluso, su hijo ya impulsó el hashtag #DejenenpazaDonChepe para combatir el #yosoydonJose. No quiere más preguntas incómodas, ni que lo pongan a dictaminar sobre lo que está bien y está mal. Ni que por su culpa se perjudique un restaurante que dice, lo ha ayudado.

Don José es un personaje de esos que aparecen de cuando en vez y rompen la monotonía de un país atiborrado de tantas noticias duras, para convertirse en lo más visto, lo más comentado. Un país que se ha vuelto experto en ejecutar severas condenas en Facebook o Twitter; en amenazas que pasan sin filtro de la virtualidad a la realidad, o en las furias y los ataques de moralismo, donde nos creemos jueces supremos de vidas ajenas, como si nuestras propias vidas estuvieran libres de culpa.

De todo esa tormenta desatada por el caso de don José queda claro que a pesar de vivir en uno de los países más discriminados del mundo no hemos aprendido nada, seguimos discriminando casi de manera inconsciente y a veces hasta creyendo que así no molestamos al otro, como quizás pensó la encargada del restaurante Taquino de Medellín, al no permitir que don José almorzara en el lugar. ¡Vaya paradoja! Salimos indignadísimos a abuchear que nos tilden de narcotraficantes por ser colombianos y les prohibimos a nuestros hijos juntarse con fulanito por su clase social, señalamos a las parejas del mismo sexo o, lo que ya es la tapa, discriminamos por el color de piel, en una ciudad negra.

Queda claro también que somos buenos para mirar la paja en el ojo ajeno y eso no necesita mayor explicación. Y la tercera claridad es que nos enfurecemos sin medir consecuencias y perdemos la perspectiva. ¿Era necesario amenazar a los dueños del restaurante? Típico de los debates de turno en la dictadura de las redes sociales.

Después de lo ocurrido, prefiero quedarme con la imagen plácida de don José, con su sombrero y su guitarra terciada cantando ‘El Camino de la Vida’ y mandando bendiciones. Prefiero quedarme con sus palabras, ausentes de los rencores e insultos de sus seguidores y provistas de esa sabiduría de las simples cosas, que nos recuerda que no somos más que visitantes en un mundo al que vinimos y nos iremos con las manos vacías.


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