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El señor de las macetas

El señor de las macetas es tan caleño como los dulces de alfeñique que las matronas del barrio San Antonio dejan en su punto, sabor y forma para esta época

4 de julio de 2021 Por: Vicky Perea García

El señor de las macetas es tan caleño como los dulces de alfeñique que las matronas del barrio San Antonio dejan en su punto, sabor y forma para esta época. Es capitán honorífico de su “glorioso Deportivo Cali”, recita de memoria frases enteras del padre Hurtado Galvis, con ese dejo tan bello y característico que arrulla nuestro hablar, y conoce a la perfección los dichos de las abuelas y las historias del Cali Viejo.

Nació en la humildad y se hizo a pulso. La vida lo dotó de un gran talento para convencer con la palabra y con él aprendió a ganarse la vida como vendedor. Trabajó duro en Cali y Barranquilla, visitando clientes con una maleta negra, que parecía la de un mago, cargada de productos de la recordada Gillette de Colombia. Poco a poco y a punta de esfuerzo se convirtió en el mejor vendedor del país, lo que lo llevó a varios mundiales de fútbol como premio. Así conoció un mundo que en otrora parecía tan lejano. Así, junto a su esposa Míriam, sacó profesionales a sus dos hijas Mildred y Margarita.

El barrio Guayaquil fue su casa por mucho tiempo; allí construyó amistades para toda la vida, con una gratitud capaz de recordar a quien le abrazó cuando era un joven cargado de sueños y aún recrea momentos que muchas décadas después siguen tan vivos como si hubiesen ocurrido ayer. Fue de los rumberos de aquella Cali del Honka Monka, el Séptimo Cielo, El Escondite y toda la movida de una época efervescente que aceleraba la música de 33 a 45 revoluciones por minuto, para darle lucidez al baile; la Cali que se enamoró de la salsa y la hizo suya para siempre.

El señor de las macetas tiene unos ojazos verdes y un vozarrón que cautiva. Sus amigos de la juventud le bautizaron Espartaco, por su parecido con Kirk Douglas, el legendario protagonista de la película del mismo nombre. Pero como todo hombre que se vuelve mito, un remoquete no le es suficiente; entonces, en los ochenta se convirtió también en Piracacho, porque a unas amigas suyas la palabra les sonaba a Periquillo, donde se fue a vivir en esos años.

Si alguna vez se lo topan por la vida, les contestará, pase lo que pase, que se siente “ultrarecontratetracatrebien” y luego es probable que suelte una estruendosa carcajada acompañada de alguna frase cálida, porque de su voz siempre sale energía, buena vibra, calor humano, caleñidad pura.

Suscriptor fiel de El País, hace más de 25 años, de los que se levanta temprano a buscar su diario para devorarlo. Siempre con una atinada reflexión de lo que pasa en el Valle del Cauca y lector asiduo de sus páginas de opinión, al punto de saber a la perfección el credo, el color y la posición de cada columnista que aquí escribe.

La cereza del pastel con este personaje que todos los sábados en la tarde participa de un programa de música e historias en Pingüino Stereo, es que es un padrino auténtico de esta tierra, y como corresponde cada año sin falta busca la maceta para su ahijado putativo de 13 años, heredero de su ahijada, de 47, a quien de niña y adulta le llevaba su maceta y le dio también su primera máquina de escribir de juguete, como avizorando lo que pasaría con ella en el futuro.

El viernes entregó la maceta del 2021 al ahijado adolescente que ya lo supera en altura. Venía ‘sembrada’ en una matera verde, adornada de dulces blancos y de colores, con un payasito, un ringlete y el respectivo certificado de la Casa de las Macetas. Sonreía feliz al hacerlo, su cara se iluminaba al saber que cumplió con su deber de preservar una tradición que es Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.

A vos, Héctor Fabio Caicedo del Corral, Espartaco, Piracacho y ahora el señor de las macetas, van estas dulces líneas, de ahijada a padrino, por ser guardián de una costumbre de la que nos regodeamos con orgullo, al ser puntal de la idiosincrasia caleña.


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