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El crimen del MÍO

Hace dos años, según testimonios de familiares, Hernando Lucumí le dio...

7 de abril de 2011 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Hace dos años, según testimonios de familiares, Hernando Lucumí le dio una golpiza tal a Rubiela Díaz, que la mandó directo a la clínica. Y hace cinco días, en un hecho que consternó a la ciudad por su ocurrencia dentro de un bus del MÍO, Hernando mató a Rubiela, tras sostener con ella una discusión, de la que dan fe pasajeros testigos.Hasta ayer, para muchos éste era un crimen pasional más de los que ocurren en este país del Sagrado Corazón. Pero hoy es, además, una dramática prueba de lo que está pasando en nuestra sociedad: el 42% de las caleñas son maltratadas por su pareja. No creo que por la cabeza de Rubiela haya cruzado alguna vez la idea de que su pareja pudiera llegar a matarla. Es más, no creo que en la cabeza de una persona normal cruce la idea de consentir el maltrato, del que Profamilia nos entrega escalofriantes estadísticas: 463.000 mujeres han sido agredidas por sus compañeros. Ya la Defensoría del Pueblo y la Personería del Cali nos habían alertado de tal magnitud: se atienden 500 casos al mes de mujeres maltratadas.Las cifras causan asombro. Como asombra saber que en tantos hogares se vivan a diario escenas de maltrato. Como asombra que el empujón o zarandeo se haya convertido en una manera habitual de reclamarle a la pareja.Así, es apenas lógico entender que el daño que sufre nuestra ciudad trasciende cualquier coyuntura de estadísticas violentas. Algo muy grave ocurre en el núcleo de nuestras familias. Ahora comprendo con tristeza que quizás esta nueva racha de violencia es más que un capítulo cíclico, repetido, en esta Cali del alma. Y también, que muchos de esos delincuentes que hoy nos asustan en las calles, causando un síndrome de paranoia, quizás provengan de esas familias donde el maltrato es una escena diaria que interrumpe el desayuno, o que opaca las voces de la televisión.Por eso, porque creo que curamos la herida superficial con agua oxigenada, estoy tan convencida de que lo nuestro es un mal enquistado en el alma, fruto de años y años de abandono, en los que se dejó de invertir en lo social. Por eso estoy tan segura, más con tristeza que con cizaña, que esa indiferencia que padecemos es la cómplice ideal para que la ineptitud de nuestros gobernantes se anide descaradamente en la anatomía caleña.Habrá que ver si el crimen del MÍO nos sacude de ese estado de inconsciencia colectiva, que ni las cifras disparadas de homicidios ni el alto número de robos han logrado. Habrá que ver si entendemos que la verdadera inversión para que Cali empiece a levantarse hay que hacerla en lo social, en las fibras más íntimas de esta sufrida ciudad, que se volvió inerme a su propio dolor.El comentario sangrón: No más hoguera de las vanidades, discursos de disculpas, ni diatribas populistas con el tema de la seguridad. Necesitamos propuestas serias.