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El amor en los tiempos del Covid

Sí, al final de la cuarentena, ese amor que ahora se reinventa retando la angustia, será el impulso que nos permitirá volver a escuchar la voz interna, darle valor a quien nos habla; abrazar, siempre abrazar.

25 de marzo de 2020 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Florece en medio del silencio y las preguntas; entre la ansiedad y los rezos; en la zozobra y el mea culpa. Florece entre la maleza de un mundo que a la fuerza busca de nuevo su centro. Como si de alguna manera aquello que extravió en el camino volviera para recordarle cuánto vale haber venido y cuánto, quizás, ha perdido, en la prisión de sus vanidades.

Florece en la fertilidad de la resistencia, con la savia poderosa que emerge de la fragilidad, con la ilusión de la terquedad. Y florece porque no le queda más que aferrarse. Porque es el respirador necesario para soportar una tempestad de profecía y ciencia ficción, a la vez.

Ahí está, vigoroso y contagioso. Porque no sabe de temores, porque cuanto más se propague más potente; porque si está, todo será más fácil. Porque calma el alma y ahuyenta el pánico. Porque no hay nada que se le parezca. Porque no hay nada que lo supere. Porque lo es todo.

Quizás se haya asomado en la mirada dulce de tu hijo, en el buenos días de tu pareja, en el consejo de tu madre, en la oración mañanera de la amiga, en la cadena de abrazos virtuales, en el perdón que tanto nos costó, en la mesa compartida, en la conversación que regresa, en las ganas de hacerlo todo mejor, de vivir intensamente; en la promesa de no odiar jamás, de espantar la furia.

Después de todo creo que la pandemia nos hará el milagro de recobrar mucho de nuestra esencia, la empatía perdida, la pausa al andar; la generosidad que aniquiló la mezquindad; la compasión que la avaricia disminuyó; la convicción de darse; la necesidad de callar cuando la ofensa aparece; la urgencia de abrazar cuando quien está al frente desvanece.

En la terquedad irremediable por creer que este mundo puede ser un lugar mejor, aún cuando la incertidumbre nos desvele, hoy sonrío al ver cómo ese amor que florece súbito e inesperado, representado en el acto cotidiano más simple, es la única manera posible de salvarnos.

Como si después de tanto tiempo nos fuésemos en un barco con el amor que creíamos perdido, dispuestos a darlo todo, por fin, sin que el dinero nos compre los anhelos más ciertos de la vida; sin que el cólera nos asuste, sin que la cobardía nos amilane, sin renunciar a lo que somos, más allá del disfraz que elegimos para la divina comedia diaria.

Sí, al final de la cuarentena, ese amor que ahora se reinventa retando la angustia, será el impulso que nos permitirá volver a escuchar la voz interna, darle valor a quien nos habla; abrazar, siempre abrazar. Sobre todas las cosas, amar. Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón.

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