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El abuelo Mario

Se murió el abuelo. Pese a que llevaba unos años enfermo, y...

20 de julio de 2013 Por: Paloma Valencia Laserna

Se murió el abuelo. Pese a que llevaba unos años enfermo, y tuve muchas veces la impresión de que ese cuerpo se había convertido en un lastre para su espíritu; su muerte me desconcertó. Tiene que ver, sospecho, con la dificultad que supone para la mente entender aquello que es eterno. Lo que dura para siempre tiene una contundencia que nos abruma y nos aplasta.Sin embargo, Mario Laserna no era un hombre para estar quieto. No en vano corre entre los mitos familiares que de su madre recibió la sangre de los hermanos Pinzón; esos matemáticos que se lanzaron a la mar en busca de nuevas rutas para la India y que condujeron a Colón, en cambio, hacia las Américas. Laserna fue un matemático sagaz, pero sobretodo un aventurero que no conocía límites; y si el mundo se suponía plano, era capaz de lanzarse por el abismo para mostrarle a todos que era redondo. Irreverente y desconcertante.Su vida es la parábola de los talentos que florecen, crecen, producen y dejan semillas hechas ya árboles para seguir un proceso de creación que no tiene límites. Aún suprimiendo de su vida la creación de la Universidad de los Andes, sería un hombre grande, difícilmente igualable por otro. Su preclara inteligencia le permitió apoderarse de un conocimiento universal, y su fecundidad intelectual le dio originalidad a su pensamiento. En todas las actividades que realizó, que fueron muchas, sobresalió; porque tenía ímpetu, fuerza, convicción. El mundo se doblegó y le permitió –como a pocos– hacer de su vida exactamente lo que quiso.Mi hermana Cayetana fue su nieta consentida; con ella desplegó un faceta que pocos le habían visto. Era un abuelo cariñoso dispuesto a complacer los caprichos de su niña. Se amaron mucho: ella en él encontró un compañero para sus anhelos y un amor que le daba certeza; él halló un manantial de ternura, ella lo molestaba, lo abrazaba, lo besaba; le daba a su vida una dimensión afectiva que las carreras de la intelectualidad y el trabajo no lo habían dejado disfrutar. Cayetana lo hizo reír a las carcajadas. El abuelo amaba el arte, pero nunca fue artista, en Cayetana reconoció talentos que él no tuvo, y en ella vio la promesa de ser él también un artista. Aún en los días en que la mente del abuelo estuvo naufragando entre los océanos olvidados y perdidos del pasado, al llegar Cayetana, había un destello de luz en sus ojos y su mano que se elevaba para tocarla, porque en medio de esa oscuridad siempre reconoció su luz.Mario Laserna murió como había vivido, ungido por las gracias del Creador. En su apartamento que amorosamente le había acondicionado su hija Dorotea se despertó temprano sorprendido por los voladores que estallaban en el cielo. Era el día de la Virgen del Carmen, la que precisamente lo ha recibido estos últimos años en su morada de Ibagué; el Abuelo iba con frecuencia a rezar al templo del Carmen, que tiene el color de las rosas. Su enfermera, Esperanza, que como dicen, es lo último que se pierde, le prometió que irían a la Iglesia de la Virgen para celebrarlo, que saldrían a la calle a ver la pólvora, que le traería un café. Lo dejó solo.Me gusta imaginar que se dejó llevar por el sonido de los voladores, serpenteando desde el suelo, subiendo, con su cola de luz, hacia lo más alto; tanto los oyó subir y subir que él mismo emprendió el vuelo, hacia el cielo, dejándonos su cola de luz que no se apaga. A su último viaje, el que durará para siempre, y que lo conducirá al Cielo, despegó de la mano de la Virgen de los viajeros.