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Deseo de fin de año

Tuve un profesor en el colegio del que aprendí muchas cosas; fue...

29 de diciembre de 2012 Por: Paloma Valencia Laserna

Tuve un profesor en el colegio del que aprendí muchas cosas; fue mi profesor durante varios años, de español y también de filosofía. Enseñaba en el colegio de las monjas Josefinas, y si recuerdo bien, era profesor del Inem y de algún otro colegio de Popayán. Siempre iniciaba el año con una reflexión sobre lo que le pedía al curso; no a las alumnas, ni al colegio; sino a esa sumatoria de esfuerzos suyos y nuestros, a esas interacciones y esos diálogos. Era siempre un discurso elocuente que en mucho superaba nuestra capacidad de comprensión. Era enigmático y sonaba muy profundo. Fueron misterios que atesoré, como tantos otros momentos, con la ilusión de que algún día llegaría a descifrar algo de su significado que ya presentía valioso. Sin pretender tal virtud en mis reflexiones, hoy cuando vamos a iniciar otro año más, quiero compartir con los lectores una sola palabra que todavía resuena en mi memoria desde el ya lejano séptimo grado: humildad. Ya he olvidado sus palabras exactas, las frases que la justificaban, pero me queda esa sensación de sorpresa que me causó cuando Eduardo Camargo, mi profesor, le pidió al curso que le concediera al menos algo de Humildad.Qué pequeña palabra para tan gran virtud. Esa de saberse limitado y falible; aquella que exige escuchar a los otros porque los reconoce como iguales. Esa que nos obligaría a no ser excesivos, ni mezquinos, ni soberbios. Valor que exige el poner a prueba en todos los pensamientos, someterlos al juicio de los otros, a saber siempre que nuestras ideas son sólo opiniones.Buena falta nos hace la humildad en este país sumido en una contradanza donde se dan dos pasos adelante y dos atrás, donde las fuerzas políticas a veces son mezquinas y tramposas y a veces son un ejemplo vigorizante. En esta nación donde algunos se creen con el derecho de implantar sus ideas por la fuerza y otros simplemente utilizan las armas para vivir sin reglas; hay también otros que persisten en vivir entre los límites y respetan las filas, los semáforos, las normas simples para demostrar que la vida en sociedad exige siempre el esfuerzo. En el país de los abismos entre las riquezas desaforadas e ilegales y las absurdas pobrezas espirituales; en estas tierras donde el sol, la lluvia, las nubes y el viento está presente todo el año. Tantos contrastes parecen confundirnos hasta los límites ridículos de volvernos ciegos. Dejamos de ver a los otros. Ya no sentimos sus alegrías, y menos sus sufrimientos; no vemos sus caras en las calles, ni sus sonrisas, sus disgustos o sus miedos.Sea esta una plegaria para que todos los colombianos recibamos el regalo de la humildad. Esta virtud que encierra tantos misterios como fuerza, guarda una íntima relación con la capacidad de ver al otro. Ese que aun sin que lo sepamos, sin que lo notemos, se afecta con nuestros actos y con nuestras negligencias. Humildad para saber que nuestros deseos, nuestros afanes, nuestros anhelos, hacen parte de una larga lista, donde estamos incluidos todos. Y que todos los beneficios que obtenemos por las vías cortas, están siempre afectando a ese otro que sí estaba haciendo la fila. La humildad invita siempre a la paciencia, pero jamás a la derrota. Quien es humilde sabe que puede estar equivocado, pero no por eso cesa. Persiste en avanzar siempre alerta para respetar al otro, siempre atento para descubrir sus propios errores; porque quien es humilde jamás podría justificar dañar a otro.