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Ballenas, ¿están protegidas?

Colombia acaba de unirse a la Comisión Internacional de Ballenas, IWC. La...

10 de septiembre de 2011 Por: Paloma Valencia Laserna

Colombia acaba de unirse a la Comisión Internacional de Ballenas, IWC. La organización fundada en 1946 pretende conservar las ballenas para las generaciones futuras, y para mantener las poblaciones regula su caza y comercio.Fue una medida necesaria. Para finales de 1930 cerca de 50 mil ballenas eran asesinadas anualmente, y se prevía entonces la extinción de los grandes mamíferos. La vinculación de nuestro país a este organismo es resultado, seguramente, de que las visitas de las jorobadas al Pacifico colombiano nos han ido mostrando su significación y se han convertido en un importante atractivo turístico.Sin la IWC seguramente no tendríamos estas visitas. En el Siglo XX más de 200 mil jorobadas fueron cazadas y la población se redujo al 10%; desde 1966 está prohibida su caza. Pero no sólo las jorobadas son protegidas; en 1982 se decretó una pausa en la caza comercial de ballenas para prevenir su desaparición. La prohibición sigue vigente, pero existen países con arraigadas tradiciones culturales y alimenticias que siguen cazando y consumiendo las ballenas y presionan cada vez más para que la cacería regulada sea permitida; entre ellos Japón, Islandia y Noruega. Las mayorías en la organización han impedido que el veto se levante, pero el escenario es cada vez más complejo.El Sunday Times de Londres reveló que Japón compra los votos de delegados de países pequeños -caribeños y africanos. En la reunión de julio de este año, la IWC impuso una norma según la cual los gobierno sólo podrán pagar aportes a la organización mediante transferencias que provengan de cuentas del propio gobierno, esto para evitar una práctica mediante la cual Japón pagaba en efectivo las sumas que esos países debían para garantizar que pudieran votar de acuerdo a los lineamientos japoneses. Además, hoy en día Japón mata unas 1.000 ballenas al año con un permiso de investigación científica que la misma IWC le otorgó. Para muchos se trata de un disfraz para mantener la caza de ballenas, pues la carne de los animales termina en los restaurantes japoneses –y eso que la carne no es apta para el consumo humano por sus altas concentraciones mercurio. Los investigadores orientales sostienen que una vez dado de baja el animal -con propósitos científicos- no vale la pena desperdiciar la carne; cuya venta ayuda a financiar las investigaciones. Islandia, por su parte, simplemente rompió los límites, desde el 2006 ha matado casi 500 -tres veces más de lo permitido- y más de la mitad son de la amenazada especie de ballenas de aleta, las segundas más grandes del mundo: 80 toneladas cada una. Se trata de un negocio muy lucrativo; la empresa Hvalur que vende la carne al Japón tuvo ingresos por 17 millones de dólares en dos años. La Secretaria de Comercio estadounidense pidió sanciones comerciales para Islandia por desobedecer las restricciones de la IWC, el plazo para que se conozca la decisión de Obama está terminando. EE.UU. ha sido firme en sancionar el cumplimiento de los pactos; la veda de 1982 fue aceptada por Japón y Perú gracias a las presiones norteamericanas. Pero la situación de los aborígenes esquimales de Alaska puede estar cambiando la postura de los gringos. La IWC fue respetuosa de las tradiciones aborígenes de subsistencia; así los esquimales tienen una cuota para cazar ballenas que su gobierno ha señalado como insuficiente, pues las poblaciones no tienen otras fuentes de alimentación. La IWC se ha negado a aumentarla comprometiendo significativamente la capacidad de subsistencia de esas poblaciones aborígenes. Así las cosas, los balances de la ecuación siguen sin definirse.