El pais
SUSCRÍBETE

Un premio para Cali

Cali puede volver a ser esa ‘Sucursal del Cielo’ que contaban los abuelos y que otros ven, pero nosotros ya no. Lograrlo no depende de un Alcalde. Depende de cada uno.

18 de mayo de 2018 Por: Ossiel Villada

Cuentan los abuelos que hubo un tiempo en el que esta ciudad era, de verdad, la ‘Sucursal del Cielo’.

Había entonces ese sol de la mañana que todavía hoy nos pringa y nos despierta. Y ese viento misterioso de las 4 que nos pone a flotar con los pies sobre la tierra. Y ceibas y guayacanes. Y había mulatas en todos los puntos cardinales.

Aquí toda la gente, o casi toda, era buena por naturaleza. Y amaba serlo en todos los escenarios y actos de su vida. El respeto por el otro, la nobleza, la solidaridad, la decencia, el compañerismo, la cálida franqueza, eran tan comunes como el parqués, la guaracha y el ‘aguaelulo’.

Aquí se hacía fila para ‘coger el bus’. Y no se tiraban papeles a la calle. En las vías nadie ejercía la ley de la selva. Las diferencias entre vecinos no se arreglaban a punta de plomo. Y en el diccionario urbano no aparecía el término ‘fronteras invisibles’. La gente hablaba de ir a dar una vuelta. Pero nadie decía que a alguien había que ‘hacerle la vuelta’.

Aún en las profundas diferencias que han marcado nuestra historia, este terruño era una maravilla.

Aquí los que poco tenían se quejaban menos y hacían más. Levantaban cada día sus barrios a punta de verbenas con empanadas.

Y los más ‘acomodaos’ criticaban menos y proponían más. Se levantaban cada día con ideas para transformar su mundo. Algunas de ellas todavía existen: Universidad del Valle, Fundación Carvajal, Unidad Deportiva Panamericana, Hospital Universitario del Valle.

Hubo un tiempo en el que aquí llegaban gentes de otras ciudades que venían, asombradas, a preguntarnos cómo hicimos para construir en la vida cotidiana ese monumento a la idea suprema de la civilización.

Les resultaba extraño, además, que aún con grandes problemas por resolver aquí hubiera cuerda para cantar, bailar, pintar, hacer cine, jugar al fútbol, reirnos y amar cada día como si no hubiera un mañana.

Hoy todo eso es pasado. Se fue. Para ser más precisos, un día lo tiramos a la alcantarilla, encandilados por la idea del dinero fácil.

El ejercicio de recordar las cosas buenas que se le fueron a uno de las manos siempre será doloroso. Pero me resulta inevitable hacerlo ahora que a un grupo de gringos le dio por darnos un premio.

Se llama el ‘Engaged Cities Award’. Con él se reconoce a lugares en los que autoridades y comunidades se han unido para promover la resolución pacífica de conflictos. En el caso de Cali, lo que se premió fue el proyecto Mesas de Cultura Ciudadana para la Paz, que se ejecuta en 15 lugares afectados gravemente por todo tipo de violencias.

Como era lógico, los opositores a ultranza del alcalde Armitage han salido a decir que eso no sirve para nada porque aquí estamos en modo ‘apague y vámonos’. Y sus defensores de oficio han salido a responder que aquí lo que tenemos son motivos de sobra para celebrar.

Es una discusión estéril porque lo que se dice desde cada orilla no conduce a nada. Pero, más allá de eso, creo que el dichoso premio sí trae consigo una reflexión valiosa.

Hay momentos en la vida en los que uno tiende a creer que lo que perdió es mucho más de lo que le queda. Hay instantes en los que, al mirarse al espejo, uno ve menos cosas buenas de las que en realidad tiene. Y es preciso que venga alguien de afuera a hacernos notar ese brillo que nunca se apagó. Es eso lo que pasó con el reconocimiento que nos dieron el miércoles en Nueva York.

Cali puede volver a ser esa ‘Sucursal del Cielo’ que contaban los abuelos y que otros ven, pero nosotros ya no. Lograrlo no depende de un Alcalde. Depende de cada uno. De que recuperemos el amor propio. De que apostemos más por construir que por quejarnos y destruir. ¿Qué tal si usted le da un premio a Cali?

AHORA EN Ossiel Villada