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La vida en Re

Resistir. Si hay algo que su majestad el coronavirus nos está enseñando es eso. Nuevos significados, nuevos usos, nuevas formas de aplicar el verbo resistir.

16 de abril de 2020 Por: Ossiel Villada

Resistir. Si hay algo que su majestad el coronavirus nos está enseñando es eso. Nuevas formas de aplicar el verbo resistir. Es lo que hemos hecho hasta ahora. Unos, al encierro entre cuatro paredes. Otros, a la convivencia con esos extraños llamados ‘familia’. Muchos, a la insoportable condición de no moverse en manada. Todos, en algún grado, al miedo.

Quizá, más que aprender, lo que hemos hecho es recordar. Porque la resistencia viaja desde siempre en la milenaria memoria de nuestro código genético. Y desde el primer hombre hasta nosotros, la especie humana no ha hecho cosa distinta a resistir.

Pero conviene, creo yo, prepararse para usar otras palabras del viejo diccionario que serán esenciales en los días por venir. Y son varias en la lista.

Reconocer. Será necesario reconocer pronto lo que muchos se niegan a aceptar. Que no podremos mantenernos en la gruta de por vida, que será necesario salir otra vez al bosque y que, en ese trance, algunos tal vez moriremos.

Lo que se esconde detrás de los adornados tecnicismos que hablan de “reabrir gradualmente los mercados” o aplicar un “aislamiento inteligente” es una especie de nuevo contrato social. Un insospechado, cruel y realista contrato social, hecho a la medida de esta emergencia, en el que la humanidad admite que para que no todos muramos de hambre, algunos tendrán que morir de Covid-19.

Porque, aún si quisiera, incluso si no existieran corruptos que intentan robarse los recursos públicos, el Estado no tendría cómo sostenernos indefinidamente a todos. Ni aquí, ni en ningún otro lugar del mundo. Y será necesario producir. Mientras no exista una vacuna efectiva para su majestad el coronavirus, debemos reconocer esa realidad inevitable.

Reaprender. Será necesario reaprender a moverse en un mundo distinto del que conocíamos. Reaprender primero el concepto de la distancia. Erradicar los besos de bienvenidas y despedidas. Convivir con la necesidad de ese abrazo que necesitamos y no podrá llegar.

Habrá que lidiar con la paranoia permanente. Porque el asesino invisible puede estar en cualquier parte. En ese que va adelante en la fila del supermercado. En el billete que entrega el cajero. En el estornudo inevitable del que viaja en el MÍO. Puede estar en la baranda en la que se apoyó la mano o venir pegado de la suela del zapato. En las orejas, en la bicicleta, quizá en el viento.

Tendremos que reaprender el concepto de la velocidad. Porque todo vendrá más lento y la inmediatez que conquistamos será un privilegio exclusivo de la vida en internet.

Y el del tiempo libre, pues no habrá cenas en restaurantes, ni conciertos, ni rumbas, ni viajes de placer, ni planes a largo plazo. Sobre todo, tendremos que reaprender a darle sentido y valor al presente. Un día a la vez.

Revalorar y retribuir. Aplica para todos, pero más para quienes tenemos hijos, la tarea de enseñar el significado inmenso de esas dos palabras.

Porque nos esforzamos tanto para darles todo lo que nosotros no tuvimos, que ellos mismos no saben lo que tienen. Ni lo que costó que lo tuvieran.

Deberán aprender, ahora sí, que el Play, el plan de datos, los tenis de moda, el carro, los viajes, el cole, la prepagada, la rumba con los amigos, el Tik Tok y todas las demás cosas que les dan confort, no eran derechos  que venían preinstalados en el paquete de la vida y sin fecha de vencimiento. Que el virus se los puede llevar de un manotazo. Conviene que aprendan, de una vez por todas, el valor de todo lo que tienen. Y la grandeza de retribuírselo a la vida compartiendo un poco con quienes no tuvieron su misma suerte.

Respeto. Salir de este trance sin escuchar el llamado al respeto que nos hace el planeta será caer en la pandemia de la ceguera que visualizó el genio de Saramago. Volver al consumo irracional, a la indiferencia ante nuestro poder destructor, a la indolencia frente al desastre causado en mares, ríos y selvas, será igual a haber muerto.

Renacer. Algunos lo llaman ‘resiliencia’, pero es algo que como especie hemos hecho desde siempre: renacer. Y esta no será la excepción. La ciencia, ese Dios al que hoy todos oramos, traerá un día la vacuna que nos permitirá vivir un poco más. Pero servirá de poco si nos aferramos a la idea de volver a la ‘normalidad’, al desastre que fuimos e hicimos antes de la llegada de su majestad el coronavirus. Es preciso, indispensable, que usemos este oscuro túnel de la historia como un camino para renacer.

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