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Preguntas…

Si los respiradores son más importantes que los televisores, ¿por qué en el mundo se fabrican tan pocos respiradores y tantos televisores?

2 de abril de 2020 Por: Ossiel Villada

Si los respiradores son más importantes que los televisores, ¿por qué en el mundo se fabrican tan pocos respiradores y tantos televisores?

Si los médicos son más indispensables que los futbolistas, ¿por qué algunos futbolistas ganan sumas astronómicas y hay tantos médicos con salarios ridículamente bajos?

Si los sistemas de salud son más importantes que los de defensa, ¿por qué casi todos los sistemas de salud del mundo están hoy colapsados o en riesgo inminente de infarto, mientras en los arsenales del planeta no caben los misiles, las balas, los tanques y los cañones?

Si la medicina y las ciencias de la salud son las únicas herramientas capaces de defendernos ante un ataque brutal de la naturaleza, ¿por qué son las carreras más costosas y a las que menos estudiantes logran acceder?

Si las camas de una Unidad de Cuidados Intensivos, UCI, son más importantes que las de los hoteles, ¿por qué nos faltan tantas de las primeras pero hay miles de las segundas convertidas en monumento al abandono?

Si los hospitales de última generación son más importantes que las carreteras de última generación, ¿por qué en las agendas del Gobierno las segundas tienen más prioridad y más presupuesto que los primeros?

Si las enfermeras son más valiosas que los influencers, ¿por qué una profesión como la enfermería no genera los millones, el respeto y el reconocimiento que sí genera decir tonterías en Instagram o YouTube?

Si las políticas son más importantes que los políticos, ¿por qué hemos dedicado poco tiempo a construir buenas políticas de salud y tanto tiempo a elegir políticos incapaces de enfrentar una crisis de la salud?

Me dirán que son preguntas tontas, inútiles, ridículas. Después de todo ya existen respuestas lógicas, precisas y contundentes para todas ellas. Ya el mundo las respondió por medio de las leyes de la economía de mercado, o a través del modelo de la globalización, o con las herramientas teóricas de la geopolítica.

Ya el mundo demostró, con suficiente claridad, que esas cosas pasan y se deben aceptar como normales porque todo en este mundo entró en el Siglo XXI en un proceso de extrema, imparable e inspiradora sofisticación: desde la sopa que almorzaremos hoy, hasta la relación con el gato que nos sirve de psicoanalista; desde el sexo tántrico hasta la fórmula para ser millonario vendiendo humo; desde los microchips del celular que nos conecta con China, hasta los virus asesinos que vienen de China.

Lo que me lleva a una pregunta más: ¿Cuál mundo respondió a esos interrogantes, de qué mundo me hablan? Porque el que conocíamos hasta el pasado 8 de diciembre, cuando apareció en Wuhan el primer brote de Covid-19, ya no existe. En cuatro meses ese mundo lleno de certezas absolutas desapareció y fue reemplazado por otro del que ya no sabemos bien para donde irá mañana.

En realidad todas esas preguntas, y muchas otras, hablan de nosotros mismos. De la forma vergonzante en que equivocamos el camino y las prioridades, y nos justificamos con propósitos que creímos loables, argumentos técnicos que nos parecían válidos y visiones del mundo que nos resultaban ideales. El coronavirus ha puesto a tambalear los conceptos sobre los que se basa nuestra idea moderna de civilización.

¡Y era tan simple! Hoy nadie duda que los médicos, paramédicos, enfermeras y todos esos héroes que dejan la piel en una batalla contra la muerte deberían estar mejor valorados y remunerados. Y que, sin necesidad de mayor discusión económica, este mundo debería tener más respiradores que televisores. Y más camas de UCI. Y mejores políticas públicas para que la salud no se infarte.

Quedan muchas otras preguntas por contestar esta noche en la oscura soledad de la cuarentena. Tal vez la más importante sea esta: ¿Qué es eso tan simple y tan valioso que había perdido y ahora debo reencontrar?

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