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¿‘Paila’ o ‘Melo’?

Más allá del debate simple sobre si Cali está bien o Cali está mal, a mi que no me vendan ‘humo’, no me pinten ‘pajaritos en el aire’ y no me llenen los bolsillos de desesperanza.

27 de junio de 2019 Por: Ossiel Villada

“Dicen Chucho, Jacinto y Ramón
que la cosa está que arde.
Dicen que la situación
no está buena para nadie.
Pero Pablo, Felipe y Simón
no salen de fiesta y baile.
Y exclaman con emoción:
La cosa está mejor que antes...”.


Esa vieja melodía salsera, que Rubén Blades y Willie Colón inmortalizaron por allá en 1977, refleja a la perfección las visiones que tienen hoy los caleños sobre su ciudad.

Unos dicen que aquí estamos “paila”, “en la inmunda” y que “llórelo”. Y otros afirman que estamos “melos”, que aquí todo es “áspero” y que “Cali es una chimba”.

No es una discusión irrelevante. Esa frases reflejan una percepción sobre el estado de cosas en la ciudad. Y esa percepción, que se construye primordialmente a partir de los sentidos, es un factor determinante en el contexto de una campaña electoral como la que tenemos en el 2019.

Lo que en este Siglo 21 inclina la balanza a favor de uno u otro candidato, en cualquier justa electoral, es primordialmente la percepción. Más, incluso, que la tradición, el nivel de educación, las convicciones, la posición ideológica o la cantidad de información de los votantes.

Dicho de otro modo: los triunfos electorales en estos tiempos de redes sociales dependen más de la emoción que de la razón. Sobre todo en una sociedad que ama indignarse mucho, pero informarse poco.

El problema con este asunto es que, al estar basada fundamentalmente en las emociones, la percepción es un insumo maleable, cambiante, fácilmente manipulable y, por la misma razón, potencialmente peligroso a la hora de tomar decisiones.

Los casos de estudio abundan en todo el planeta y a todo nivel: desde la elección de Trump en Estados Unidos, o de Bolsonaro en Brasil, hasta nuestro famoso Plebiscito por la Paz en el 2016.

Entonces, ¿Cali está bien o Cali está mal? A riesgo de que me pongan la ‘etiqueta’ de ‘fajardista’, que no lo soy, mi respuesta a esa pregunta es simple: ni lo uno ni lo otro. El asunto es más de fondo.

Si uno se basa en las cifras del informe Imae, según las cuales la economía caleña creció 3,9% en el primer trimestre, muy por encima del 2,8% de la economía nacional, “estamos melos”. Pero si uno mira las estadísticas del Dane, las cuales muestran que el desempleo en la ciudad viene creciendo y al cierre de abril llegó al 13,2%, entonces “paila”.

Ni hablar sobre la seguridad y la movilidad. Para algunos, en ambos frentes estamos “en la inmunda”. Para otros, a pesar de esa realidad, Cali sigue siendo “una chimba”.

Lo que me molesta, en este contexto, es la tendencia de algunos candidatos y de sus seguidores a vender dos ideas: la primera, que hay que reinventarlo todo desde cero porque nada funciona. Y la segunda, que ahora sí vamos a mejorar porque ellos tienen la ‘receta mágica’ para lograrlo.

Yo estoy convencido de que Cali no está bien, pero sí va bien. Es decir, la ciudad no es lo que yo quisiera que sea, pero creo que evoluciona hacia allá, aunque no con el ritmo que me gustaría. Por eso espero que en esta campaña no surja el argumento, insulso y primario, de que aquí estamos en el primer día de la creación y toca barrer con todo lo que han hecho los últimos alcaldes.

Más allá del debate simple sobre si Cali está bien o Cali está mal, a mi que no me vendan ‘humo’, no me pinten ‘pajaritos en el aire’ y no me llenen los bolsillos de desesperanza.

Que me hablen de propuestas, de ideas, de procesos. Le daré mi voto al que venga a construir sobre lo construido, a descartar lo que no funcione, a unir antes que a dividir y, sobre todo, a aportar soluciones innovadoras. Como bien dijeron Rubén y Willie, “todo es según el color del cristal con que se mira”. Yo elegí tener el mío limpio y luminoso.

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