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¿La capital de la Farsa?

Si a Jorge Iván Ospina hay que reconocerle que en su primer gobierno le dio un fuerte impulso a la cultura de la Salsa en Cali, también hay que advertirle que va camino a convertirse en el mayor ‘depredador’ de la misma.

5 de marzo de 2021 Por: Ossiel Villada

Como si todo lo que nos pasa hoy en Cali fuera poco -esta inseguridad rampante, esta anarquía creciente, este renacer de la desconfianza, esta sensación de que vamos de para atrás, esta sospecha de que hay ‘torcidos’ por todas partes-, ahora también resulta que la cultura de la Salsa, una de las más poderosas banderas de nuestra identidad, nada en el lodazal del desprestigio y aguanta física hambre.

No hace mucho, aquí sacábamos pecho porque el ‘Mulato’ y sus bailarines habían llevado a la salsa caleña a su punto más alto en el show del Súper Bowl. Y en las escuelas había miles de niños y jóvenes bailarines ilusionados con seguir sus exitosos pasos. Y centenares de músicos profesionales desafiaban en los estudios esa idea absurda de que la salsa se murió. Y los melómanos estaban unidos en su ritual sagrado de conservar la música prensada. Y en las nuevas salsotecas se forjaba una nueva generación de salseros con oído criterioso. Y en los talleres de artesanos se planeaban los diseños de vestuario y de calzado para nuevos espectáculos.

Pero todo eso parece estar en el olvido. Hoy, las palabras Salsa y Cali están ligadas inevitablemente a otras: escándalo, crisis, corrupción, pobreza. Hagan una simple búsqueda en Google para comprobarlo.
¿Qué nos pasó? Que llegó la pandemia me responderán muchos. Pero esa es una explicación a medias, les respondo yo. Es más, creo que es una manera sencilla de ‘lavarnos las manos’.

Porque una ciudad que se precie de tener en la cultura una base de su espíritu y de su fuerza no puede permitirse cosas como las que han pasado aquí y de las que no puede culparse a la pandemia.

El discurso de que la Salsa es un vehículo de reconciliación entre los caleños quedó seriamente deslegitimado por el escándalo de amenazas entre dos bailarines. Muy difícil convencer ahora a miles de niños y jóvenes en alto riesgo, y a sus papás, de que el baile es un camino para ser mejores seres humanos.

Y el discurso de que aquí hay un “alcalde salsero”, que está dispuesto a potenciar la Salsa como herramienta de transformación social y económica de la ciudad, se cayó de la estantería.

La florida prosa amenazante de los dos bailarines, el escándalo de los millonarios pagos en dólares por videos de orquestas internacionales, las crecientes denuncias sobre las migajas que recibieron muchos artistas locales en la millonaria Feria Virtual, la división generada dentro del colectivo de los melómanos, las alertas sobre contratación privilegiada, la ruinosa y vergonzante gestión de una entidad como Corfecali, el cierre lamentable de muchas escuelas y salsotecas, entre muchas otras cosas, dejan en claro que las decisiones sobre la Salsa en Cali no se están tomando con criterio gerencial. Lo que prima hoy es el burdo y rampante criterio de la ‘rosca’.

Si a Jorge Iván Ospina hay que reconocerle que en su primer gobierno le dio un fuerte impulso a la cultura de la Salsa en Cali, también hay que advertirle que va camino a convertirse en el mayor ‘depredador’ de la misma. Nunca antes se había destruido tanto valor en el sector como en estos 14 meses.

Pero aún puede corregir el camino. Tiene la obligación de apoyar con equidad y transparencia a todos los actores de la cadena. Y construir un Plan Especial de Salvaguarda que convierta a la Salsa Caleña en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación y la proteja de las prácticas de la politiquería.

Y todos los demás actores deben pasar de la cultura de la queja a la de la responsabilidad. De lo contrario, y con todo el dolor lo advierto, dejaremos de ser la ‘Capital Mundial de la Salsa’ y no seremos más que la ‘Capital de la Farsa’.

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