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Elegía para dos cantores

Encontré a Pablo casi de la misma forma en que descubrí a Gal, en aquellos años en los que nadie, ni siquiera él mismo, avizoraba aún el triste fracaso de la revolución cubana.

25 de noviembre de 2022 Por: Ossiel Villada

Tenía solo 12 años cuando me enamoré de ella. Fue amor a primer sonido. La canción sonaba una tarde de sábado en el viejo televisor de la sala y yo, que había detenido un picadito de fútbol callejero para buscar un poco de agua, tuve que detenerme a escucharla. La melancolía profunda que viajaba en la voz aguda y dulce de esa mujer emergía como una suerte de hechizo paralizante.

En los sábados siguientes el fútbol pasó a un segundo plano. Me dediqué a seguir cada capítulo de la telenovela brasileña que tenía esa canción como tema principal, solo para sentir la ‘saudade’ de sus primeros 35 segundos maravillosos.

En un mundo como aquel, que aún no contaba con la magia de Shazam y Spotify, me tomó largo tiempo descubrir que aquella melodía se llamaba ‘Modinha para Gabriela’. Y que la mujer de la voz embrujadora era Gal Costa.

Ella fue el inicio de la relación idílica que he mantenido desde niño con las músicas y la cultura de Brasil, y que se afianzó después gracias a unos pocos buenos amigos y unos cuantos viajes que me regaló la vida.

Gal me abrió la puerta a Jorge Amado, a Sonia Braga, al Tropicalismo de Caetano. Y este me llevó a Gilberto. Y de allí llegué al Bossa de Joao y Astrud. Y Joao me condujo a Tom. Conecté a Chico Buarque con la salsa de Willie Colón y descubrí la poesía de Vinicius en la pluma de Tite Curet. Encontré en Joao Donato el hilo que conecta el samba con el cha cha chá y sentí el espíritu de Bob Marley en Armandinho. Así llegué hasta el esplendor de Anitta y hoy camino con el sonido de Avuá.

Hace pocos días regresé con tristeza a esa tarde remota de mi infancia, cuando las noticias informaron que Gal se había ido para siempre, como un soplo de brisa.

Pero apenas volvía de navegar en ese océano de nostalgia, cuando la muerte volvió a recordarme que también estamos hechos de naufragios. Porque Gal, sin darnos mayores explicaciones, decidió llevarse de la mano a nuestro querido Pablo Milanés. Y así, en solo dos semanas, el corazón melómano quedó como un viejo disco rayado, que repite sin descanso el verso del dolor.

Encontré a Pablo casi de la misma forma en que descubrí a Gal, en aquellos años en los que nadie, ni siquiera él mismo, avizoraba aún el triste fracaso de la revolución cubana.

Pero más que la fiereza de su posición política, me sedujo la belleza de su condición poética. Su música, su lírica y su pluma fueron luz que nos sirvió a muchos para iluminar el acto inacabable de construirnos.

Su gran valor radicó en entender lo que muchas gentes no terminan de entender: que la verdadera revolución no se hace en el fangoso campo de la política, sino en el terreno fértil de la conciencia. Lo canta en una de sus emblemáticas letras: “Yo solo tengo la razón de quien quisiera ser mejor de lo que ayer...”.

Fue esa convicción sobre la necesidad de ser siempre algo mejor la que lo llevó a alejarse -vilipendiado por sus detractores e incomprendido por sus seguidores- de una revolución que se perdió en la oscura noche de sus contradicciones.

Pero el trovador, el poeta, el guerrero, siguió allí, intacto, acompañando a muchos en la dura e interminable tarea de construirnos como mejores seres humanos. Su música fue para mí espada y escudo. Pablo me dio voz cuando ni siquiera sabía que estaba mudo. Y muchos de sus versos me sirven todavía como bandera y trinchera: “No ha sido fácil tener una opinión que haga valer mi vocación, mi libertad para escoger...”.

Por estos días, justamente, se cumplían 20 años de la grabación que unió a Gal Costa y al ‘Querido Pablo’ en la más bella versión de ‘Ámame como soy’. Y la música de ambos sigue allí. Pero yo siento que me voy muriendo de a pedazos...

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