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El ‘School Challenge’

Y una de las cosas básicas en las que deberíamos ponernos de acuerdo como sociedad, si queremos revertir ese escenario, es en que Colombia necesita hacer menos gasto militar y más gasto en educación de calidad.

23 de julio de 2021 Por: Ossiel Villada

Como cada año, por estos días miles de padres y madres de familia de Cali andan en la dispendiosa tarea de buscar ‘colegio grande’ para los niños que saltan de la etapa preescolar a la de básica primaria, en el calendario B de la educación colombiana.

Es una experiencia que parece casi un ‘challenge’ de televisión, pues se trata de la búsqueda incesante de un ‘tesoro’ que parece esquivo a muchos: educación de calidad.

Pero, ¿qué es eso de educación de calidad? ¿Cuál es la clave para que nuestros hijos la reciban? ¿Qué estamos haciendo para que todos los niños por igual accedan a uno de los más fundamentales derechos?
Las respuestas que se van encontrando a lo largo del ‘School Challenge’ dicen mucho sobre lo que somos como país y sobre lo que pensamos y hacemos los ‘grandes’ por nuestros niños.

Para empezar, vale decir que los colombianos nos hemos acostumbrado a normalizar —y justificar—, situaciones que son auténticos exabruptos. Y uno de ellos es el hecho de que la educación pública primaria y secundaria no compita al mismo nivel de calidad (como sí ocurre en la educación superior) con la oferta privada.

Por supuesto que hay excepciones —en el caso de Cali me atrevo a citar el extraordinario caso del Liceo Departamental—, pero lo cierto es que los avances en cobertura no han ido acompañados de mejorías sustanciales en calidad.

Y una de las cosas básicas en las que deberíamos ponernos de acuerdo como sociedad, si queremos revertir ese escenario, es en que Colombia necesita hacer menos gasto militar y más gasto en educación de calidad.

Mientras se siga normalizando y justificando la lógica de que quienes no tienen suficiente plata en el bolsillo no pueden acceder a educación de calidad para sus hijos, este país seguirá siendo inviable. Y estaremos condenados a seguir contando jóvenes muertos en esas ‘primeras líneas’ nefastas que los politiqueros de turno romantizan y manipulan según sus intereses.

Eso implica, para empezar, que el Gobierno y los señores de Fecode dejen de hacer politiquería con la educación. Y que, de cara a las próximas elecciones, se suscriba un gran pacto nacional entre todos los partidos para llevar la educación pública a los niveles de inversión y los estándares de calidad que el país necesita.

Pero al sector privado —a los empresarios que se lucran de esta actividad—, también les cabe una enorme responsabilidad. Porque me temo, a la luz de mi experiencia en las últimas semanas, que muchos siguen anteponiendo el bolsillo, a la responsabilidad que tienen como actores claves en la formación de las nuevas generaciones.

En los grupos de padres de familia en Cali se dice sin medias tintas: hay colegios privados a los que solo les interesa lograr altos puntajes en las pruebas del Estado, porque esa es la manera de mantener las tarifas más altas dentro de lo que permite la ley.

Y, en ese proceso, apuestan por convertir a los niños en ‘máquinas’ de memorizar o producir tareas, no en ciudadanos felices y conscientes de la necesidad de cuestionar el mundo que les hemos entregado y aportar para construir uno mejor.

Resulta increíble que, a estas alturas, en muchos ‘open house’ se siga hablando de valores en términos de las respetables creencias religiosas de cada quien, pero no aparezcan, por ejemplo, planteamientos sobre educación con visión de género. O tampoco se hable de responsabilidad ambiental, formación de competencias digitales o enfoque ‘Steam’.

Sin duda, nos queda mucho por hacer. Y también por desaprender.

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