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El regalo de la Selección

El video, de poco más de un minuto, está ‘colgado’ en las redes sociales y resulta imposible no erizarse cada vez que uno lo vuelve a ver.

28 de junio de 2018 Por: Ossiel Villada

El video, de poco más de un minuto, está ‘colgado’ en las redes sociales y resulta imposible no erizarse cada vez que uno lo vuelve a ver. Estadio de Kazán, Rusia, a más de 11.000 kilómetros de distancia.

Una mancha amarilla de 20.000 colombianos entona el himno nacional de pie, a grito herido y al borde de las lágrimas. Abajo, impulsados por la fuerza poderosa de ese coro, once muchachos, varios de ellos salidos de los rincones más humildes de este país, se disponen a jugarse la vida frente a Polonia.

Después de un debut de pesadilla en el Mundial de Fútbol, saben que los próximos 90 minutos marcarán sus vidas para siempre. Y que tienen sobre sus hombros la responsabilidad de dar alegría o tristeza a 50 millones de personas.

Ese partido, ya lo sabemos, se ganó por 3-0 y desató la locura colectiva que ahora nos envuelve, después de haber clasificado ayer a segunda ronda.

Pero al margen de hasta dónde avancemos de aquí en adelante, yo ya elegí ese como uno de mis momentos preferidos de la participación de Colombia en el Mundial de Rusia.

Porque refleja con precisión, belleza y contundencia esa respuesta que el Nobel de Literatura Albert Camus le dio a un periodista cuando éste le preguntó qué era la Patria para él.

El reportero quizá esperaba una gran disquisición, plagada de profundas reflexiones históricas, pero el escritor le respondió con absoluta simpleza: “La Patria es la Selección Nacional de Fútbol”.

Camus estaba en lo cierto. No hay un momento en el que esa idea etérea de la Patria, tan manoseada por los políticos, se materialice de manera más contundente, y pueda ser entendida tan claramente por personas de todas las condiciones sociales, que cuando juega la Selección.

Sin lugar a dudas, ese es el único instante en el que todos logramos vernos y sentirnos como parte de una misma materia gloriosa, por encima de las profundas divisiones que han marcado y siguen marcando la historia de este país.

Tal como lo cantó Serrat, por esta gran fiesta del Mundial “hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha”.

Así es la poderosa magia del fútbol que nos embriaga por estos días.
Pedir que ese estado de cosas se mantenga cuando termine el Mundial es una ingenuidad mayúscula. Pero yo sí creo que Colombia podría ser un mejor vividero de lo que ya es si cada uno de nosotros intentara mantener el alma en 'Modo Selección Colombia'.

Y me explico: cuando la bandera tricolor salta a la cancha, un olvidado sentimiento de empatía hacia los demás nos emerge desde el más profundo abismo.  Surge de pronto en la mayoría una tendencia natural a ser solidarios y colaborativos, tolerantes y comprensivos, entusiastas y proactivos.

Estoy seguro que si los economistas midieran por estos días la productividad de los colombianos se llevarían gratas sorpresas.

Y parece mentira, pero algo tan prosáico como el fútbol activa, aunque sólo sea transitoriamente, algo tan valioso como la conciencia sobre el poder de lo colectivo. Basta ver las celebraciones por un gol, las conversaciones callejeras sobre los partidos, los rituales que se hacen en las familias o en las empresas.

Cuando juega la Selección decidimos conscientemente aceptar que todos somos parte del mismo todo, conectar con lo mejor de la esencia de cada uno, olvidar esa tentación de a veces creernos superiores a los demás.

La portentosa idea de que en buena medida somos co-responsables unos de otros; de que la felicidad, la risa, las lágrimas y dolores del otro también me pertenecen porque compartirlas me hacen más humano, alcanza expresiones casi poéticas.

Ese gol de Falcao ante Polonia, por ejemplo, su primero en un Mundial. No era él pegándole magistralmente con el borde externo del pie derecho para mandarla al fondo de la red. Éramos todos celebrando la revancha que siempre da la vida; un país entero exorcizando sus más profundas frustraciones; 50 millones de corazones, cada uno desde su trinchera personal, gritándole a todo pulmón a la vida: "Me caí, pero no me derrotaste, estoy de vuelta".

Resumiendo, yo creo que el fútbol es un detonante universal del amor. Aunque algunos desadaptados de las barras bravas cada cierto tiempo se empeñen en mostrarnos lo contrario.

Y creo que vale la pena no refundir en el fondo de la maleta, cuando acabe el Mundial, todos esos sentimientos asociados al balón.

Hoy más que nunca es responsabilidad, si se quiere deber de cada uno, mantenernos de pie, emocionados hasta la lágrima, cantándole el himno a este sufrido país cada día, y dando lo mejor que tenemos en cada uno de nuestros actos.

Tal vez ese sea el camino para enderezar tanto caos, tanta destrucción, tanto dolor que nos hemos causado por años. La paz es, ante todo, un gol que cada uno decide anotar en ese corto partido que es la vida. Sólo piénsenlo...

¡Y que viva Colombia, carajo!

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