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El desarme ‘furibista’

La del martes pasado es, sin lugar a dudas, una de las grandes noticias de este siglo en Colombia. Pero más tardó el país en celebrar la entrega de las armas de las Farc, que el uribismo en salir a descalificarla.

29 de junio de 2017 Por: Ossiel Villada

La del martes pasado es, sin lugar a dudas, una de las grandes noticias de este siglo en Colombia. Pero más tardó el país en celebrar la entrega de las armas de las Farc, que el uribismo en salir a descalificarla. Que no es cierto que haya desarme. Que los de la ONU son unos peligrosos agentes del ‘Castrochavismo’. Que además no saben contar. Todo eso dicen.

Ya ni debería uno sorprenderse ante tanta mezquindad. Ese es, simplemente, el ‘modus operandi’ de un movimiento que dice defender las banderas de la democracia, pero que en realidad tiene un solo propósito: ganar la Presidencia en el 2018 a cualquier precio.

Una vez más, las paradojas de la historia se imponen como poderosa lección para los hombres y su ambición. Porque al mejor estilo de las Farc en la época del amnésico Andrés Pastrana, el uribismo de hoy ha logrado un sorprendente refinamiento en ‘la combinación de todas las formas de lucha’.

Dicen defender a la Patria, pero salen al exterior a despotricar del país. Gritan que el desmonte de las Farc es un embuste, pero callan sobre todos los ‘embuchados’ de la desmovilización paramilitar. Cuestionan la ‘mermelada’ que reparte la Casa de Nariño, pero justifican la que ellos repartieron. Se venden como el ejército de la honestidad, pero no dicen nada sobre los escándalos de corrupción que los envuelven. Se proclaman defensores de la verdad, pero tienen una fábrica de mentiras en las redes sociales. Todas esas ‘armas’ las usan sin rubor alguno, según la conveniencia del momento.

Su estrategia es inculcarle, al mayor número posible de gente, la idea de que no hay futuro, de que todo está mal hecho en Colombia, de que absolutamente nada sirve, de que todos aquí somos tan brutos que queremos convertirnos en la nueva Venezuela. Es lo que han hecho y lo que planean hacer de aquí hasta las elecciones: hacer trizas la esperanza, alimentar la hoguera del resentimiento, agitar las oscuras aguas del pesimismo, aceitar el intrincado mecanismo del miedo.

Álvaro Uribe lo sabe: nada da más votos que el miedo. Y ese es su plan: mantener vivo el fantasma de la guerra para él proclamarse como salvador. Convencer al ciudadano de a pie de que la paz es una amenaza y no vale la pena apostar por una Colombia reconciliada.

Frente a todo eso están los hechos, que no mienten. La ONU, a la que no le tembló la voz hace tres semanas para cuestionar las cifras de desarme de Santos, lo certificó: “En este proceso se han entregado más armas por combatiente que en muchos otros del mundo”. Y está vigilante para verificar si efectivamente las Farc destruyen todas sus caletas.

Frente a toda esa oscuridad está nuestro derecho a elegir si queremos seguir en la guerra o avanzar. Frente a toda esa desesperanza está nuestra alegría, nuestra fe, nuestra inagotable capacidad de creer y crear.

No se trata de caer en la trampa del olvido. Bienvenido el perdón, pero está prohibido olvidar lo que ocurrió durante 53 años. Esa es la condición primaria para que no vuelva a pasar.

Tampoco se trata de ser ingenuos y pretender que todos estemos de acuerdo siempre. El disenso es indispensable para que una sociedad avance. La oposición es necesaria para que la democracia viva.

Pero hoy más que nunca urge el disenso respetuoso y honesto. El que se fundamenta en los argumentos, no en los embustes. El que defiende los intereses de todos y no simplemente los votos de un caudillo.

El desarme de las Farc es la mejor muestra de que, contra viento y marea, incluso contra nuestro propio escepticismo, este país avanza. Ya estamos sepultando el terrorismo de las armas. Hay que empezar a sepultar el de las mentiras. Ese que tanto le gusta al ‘furibismo’.

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