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Biden y Los Van Van

Para mí, hay una poderosa razón, más allá de la política, por la que la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca es una noticia que debería alegrarnos a todos: la revaloración de la decencia

21 de enero de 2021 Por: Vicky Perea García

Juan Formell, fundador de la orquesta Los Van Van y uno de los más visionarios y revolucionarios músicos de Cuba en la segunda mitad del Siglo XX, escribió en 1994 una melodía que hace parte de mi banda sonora personal y cuya letra va más o menos así: “Soy un tipo total, pero nada especial; vivo con dos principios: hombre y amigo. Y sin alarde, ni ná; así, normal, natural…”.

Volví a esa melodía –que se volvió un hit en esta Cali salsera gracias a las enseñanzas del DJ errante, Gary Domínguez–, después de ver, escuchar y leer los muchos comentarios que se hicieron sobre el discurso de posesión de Joe Biden.

Se resaltaba, en general, su tino político para referirse a la herencia nefasta de Trump sin mencionarlo. Y su acierto al convocar al pueblo estadounidense a la unión. Y su visión de recuperar el liderazgo internacional de su país.

Un discurso predecible, coincidieron muchos analistas. Y quizá algo aburrido en la voz de un hombre de 78 años que no brilla precisamente por ser un gran orador.

Pero, como se lo escuché decir a la columnista de este diario, Muni Jensen, fue allí donde radicó el éxito de Biden: en mostrarse como es, genuino, sin falsas poses de ‘rockstar’. “Normal, natural…”, como dirían Los Van Van.

Para mí, hay una poderosa razón, más allá de la política, por la que la
llegada de Joe Biden a la Casa Blanca es una noticia que debería alegrarnos a todos: la revaloración de la decencia.

No sé si a ustedes les pasará lo mismo, pero en la medida en que me hago más viejo tengo la sensación creciente de que, en el orden de cosas reinante en este Siglo XXI, la decencia es cada vez más un valor en decadencia.

Y con eso me refiero no solo a la enorme cosecha de dictadores, políticos corruptos, delincuentes de cuello blanco, criminales profesionales, ratas baratas y gente divinamente que sin ningún tipo de escrúpulos se dedican a convertir este planeta maravilloso en un lugar cruel e inhóspito donde cada vez es más difícil respirar y más doloroso el ejercicio milagroso de vivir.

Me refiero también a esa idea flotante, a esa atmósfera asfixiante, a esa subcultura de la basura que castiga las formas más simples de la decencia y premia todo lo que vaya contra ellas.

Ser decente no parece estar de moda. No deja frutos. El principio vanvanero de ser “hombre y amigo” no es rentable. Para muchos la fórmula del éxito hoy, en cualquier ámbito de la vida, parece pasar por esa idea estúpida y peligrosa de ser un ‘outsider’ al estilo Trump, sin importar el costo.

Y, al igual que él, ir por la vida posando de machos, prendiendo incendios, lanzando llamaradas, destruyendo logros colectivos, derrumbando puentes, levantando muros, excluyendo al diferente, pasando por encima del otro, aplastando al débil, desdeñando el conocimiento, haciendo de cada palabra y cada acción un culto al ego, humillando a quien te ayuda y, en general, despreciando cualquier gesto de empatía, nobleza y compasión por los demás.

Con el agravante de que Internet ha potenciado la mentalidad de borrego de esos que necesitan la iluminación de un ‘influencer’ hasta para elegir un champú y están dispuestos a seguir a costa de lo que sea, incluso de su propia humanidad, a ese que posa de diferente sobre la base de la mentira y el odio.

Muchos me llamarán iluso, porque la ‘realpolitik’ hoy no funciona así, pero tengo claro que no seguiré en mi país ninguna propuesta política que avale el legado vergonzante e indecente que dejó Trump.

Algunos preferimos la decencia. Y mantenernos en lo que dicen Formell y Los Van Van: "No tengo prisa, porque camino derecho... Normal, pero un poquito acelerao”.

Soy Normal, Natural (Remastered)

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