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¿A quién le conviene?

Pero también es cierto que muchos caleños se están dejando arrastrar por un sentimiento de odio, impulsado por los intereses electorales de la derecha y la izquierda de cara a las elecciones del 2022.

14 de mayo de 2021 Por: Ossiel Villada

A alguien le conviene que Cali siga ardiendo, que el incendio que se prendió aquí hace dos semanas no se apague.

Alguien en un rincón oscuro — y es muy probable que no sea solo una persona, sino muchas —, nos convirtió en laboratorio del miedo y se frota las manos con mirada de satisfacción mientras esta ciudad rueda por el abismo del caos.

Esas fuerzas oscuras fueron las que ayer, sobre el mediodía, divulgaron en redes sociales, como si fueran en vivo, videos viejos de enfrentamientos entre el Esmad y los protestantes en el sector de La Luna. Y esa mentira bastó para que se levantara, antes de comenzar, el diálogo con los jóvenes que protestan.

Y esas mismas fuerzas han deslegitimado un movimiento popular que tiene razones de sobra para exigir un cambio en este paraíso de la desigualdad y la corrupción que es Colombia.

Son ellas las que han desatado una ola de violencia demencial en Cali, llevándonos en solo dos semanas a un escenario infernal que puede terminar en una guerra civil no declarada, con caleños matándose unos a otros en cualquier calle.

El ‘trailer’ de la película de terror que se puede desatar aquí ya lo vimos en los últimos días: misteriosas camionetas que recorren las calles a medianoche y desde las que se dispara a diestra y siniestra; gente que hace cálculos de cuántas armas hay en su barrio para salir a ‘frentear’; personas que disparan a plena luz del día contra otras y se graban en video mientras lo hacen.

Y el resultado fatal también está a la vista: siete muertos confirmados por la Fiscalía como víctimas de la violencia desatada por civiles o por la fuerza pública; otros cinco crímenes bajo investigación por la misma causa; más de 450 heridos, según la Alcaldía. Y más de 170 policías, con la misma edad y las mismas frustraciones de quienes protestan, también lesionados.

¿A quién le conviene que sigamos en este charco de sangre? Las versiones que han dado las mismas autoridades hablan de al menos cuatro grupos: fuerzas de extrema derecha, milicias de las facciones guerrilleras aún activas, bandas de sicarios al servicio de los narcos que se disputan el mercado de la coca en el Suroccidente y hasta se menciona un grupo desestabilizador financiado por un gobierno extranjero.

Pero son solo respuestas difusas que denotan la absoluta incompetencia del Estado para esclarecerlo. ¿Quién está detrás de esta sofisticada operación que se aprovechó de la legítima protesta social para desatar el caos en Cali? Esa es la gran pregunta que seguimos esperando que alguien en el Gobierno responda.

Sin embargo,  también es cierto que muchos caleños se están dejando arrastrar por un sentimiento de odio, impulsado por intereses electorales de cara a las elecciones del 2022. El eterno círculo de la violencia política que tanto le ha costado a este país.

Los bloqueos viales, a todas luces injustificados, han llevado a los caleños al límite. Pero no se puede desconocer que también han surgido expresiones que justifican el clasismo, el racismo y la violencia. Y todo ello le hace el juego a esas fuerzas oscuras.

La única posibilidad que tenemos hoy de salvar a Cali es recuperar la cordura que perdimos en 15 días.

Los manifestantes deben entender que si insisten en ahorcar con la violencia de los bloqueos a una ciudad ya asfixiada por la pandemia, van a perder la fuerza, la legitimidad y el apoyo a sus argumentos. Por ese camino, la revolución que persiguen no pasará de ser una revuelta, aborrecida por el pueblo.

El Gobierno Nacional debe admitir que se equivocó radicalmente.
Después de ignorar durante casi tres años la dura y peligrosa realidad que se venía cocinando en Cali, apareció solo para darle un tratamiento de guerra a un problema que tiene profundas causas sociales.

Cali no saldrá del abismo si la única respuesta a las necesidades de una población empobrecida, hambrienta, desesperanzada y golpeada por el Covid-19 es el abuso y la mano dura. El Estado tiene que ser capaz de ofrecer algo más que garrote e impuestos.

La represión y la intimidación que se ejercieron en sectores como Siloé no pueden repetirse. La alta oficialidad de la Policía debe entender que seguir aplicando teorías tan abyectas como la famosa 'Revolución Molecular Disipada'  —herencia de un neonazi demente al que nadie toma en serio dentro de la comunidad científica internacional—, significa cavar su tumba.

El Alcalde debe gobernar, porque para eso lo eligieron. Y hablar con claridad y dejar de jugar al cálculo político para llevar a su hermano al Congreso en las próximas elecciones.  Sobre todo, debe tener claro que sus actuaciones sombrías en el manejo de los recursos públicos también fueron una causa de este estallido y que en la calle se le está juzgando.

A todos los demás nos cabe la tarea de ayudar a parar esta locura. Empecemos por admitir que hemos actuado dejando que las hormonas se impongan sobre las neuronas. Y así no hay camino de retorno.

Es preciso que todos asumamos la responsabilidad de ser un factor de unión, no de división. Si hoy no somos capaces de reconocer y abrazar la enorme diversidad que es Cali, la ‘sucursal del cielo’ no será más que la ‘sucursal del miedo’.

Sigue en Twitter: @osovillada

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