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Una guerra perdida

Patéticas las imágenes de los refugiados sirios tratando de cruzar la frontera...

29 de agosto de 2015 Por: Óscar López Pulecio

Patéticas las imágenes de los refugiados sirios tratando de cruzar la frontera entre Grecia y Macedonia, dos países en crisis económica adonde han llegado sin intención de permanecer, buscando la seguridad y el trabajo del norte de Europa. Detrás de ellos está la guerra desatada por el Estado Islámico, convertido en una realidad política, con Dios y la interpretación obscurantista de su ley, la Sharia, como bandera. Alá es grande y Mahoma su profeta.Esa emigración desesperada es consecuencia de una guerra religiosa que trata de imponer un poder político sobre las fronteras artificiales del Medio Oriente, resultado del retiro colonial de Ingleses y Franceses después de la II Guerra Mundial. El derrocamiento de Sadam Hussein, líder sunita, y la llegada al poder de la mayoría chiita, patrocinada por Estados Unidos y su coalición, ha incendiado a Iraq, con un gobierno chiita que se tambalea todos los días y a Siria, ya de por si envuelta en una guerra civil. El Estado Islámico de Iraq y el Levante, Daesh o EI, busca establecer un Califato extendido a todo el levante mediterráneo: Jordania, Israel, Palestina, Líbano, Chipre y el sur de Turquía. Sus enemigos son los chiitas, musulmanes como ellos. Y sobre todo, el Occidente laico, ese invento del demonio. Su instrumento la Jihah, que es el nombre árabe de la Guerra Santa, convertida en sinónimo de fanatismo y terrorismo.El Califato es la estructura política que resulta de la aplicación de un sistema legal islámico, la Sharia, derivado principalmente del Corán, Es decir un estado religioso y por tanto absolutista, arbitrario, inmiscuido en la conciencia de los ciudadanos, draconiano en asuntos de moral pública, militarista, jeraquizado, machista, prohibicionista, implacable e indestructible: como el Dios que lo inspira, inventado por sus sacerdotes. Occidente, en la Edad Media, pasó por ese mismo proceso a sangre y fuego, la sangre de los herejes y el fuego de la Inquisición. Lo superó luego de tres siglos de luchas sociales, que aún perduran. Por ello es tan difícil de entender su persistencia en el mundo musulmán. Los analistas coinciden en atribuir buena parte del conflicto entre los países musulmanes del Medio Oriente, árabes o no, y de la actual Guerra Santa contra la civilización occidental, en la manera equivocada como se trató de llevar a cabo en todos ellos un proceso de modernización, ignorando la importancia de la Sharia, en las estructuras estatales: la militar, la judicial, la educativa y la civil. En todos los casos sin excepción, desde mediados del Siglo XIX empezando por Egipto hasta llegar a Turquía e Irán, los procesos de modernización a la manera occidental fueron considerados una profanación a las normas del Corán por grandes sectores de la población. Esa profanación es lo que ha alentado todo el fanatismo que hoy explota en los lugares más inesperados contra los símbolos demoniacos del materialismo occidental: los rascacielos llenos de ávidos negociantes, las playas con mujeres semidesnudas, los centros comerciales, las mezquitas de las sectas más moderadas, los medios de trasporte y de comunicación que llevan el mensaje del olvido de Dios. Todo para volver a un mundo cerrado, regido por la más austera de las leyes y una paz tribal ordenada por los patriarcas. En el fondo una bofetada al materialismo contemporáneo con una ideología medieval: una sangrienta guerra perdida.

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