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Un ciclo agotado

En 1997 la Universidad del Valle estaba a punto de desaparecer arrastrada...

5 de septiembre de 2015 Por: Óscar López Pulecio

En 1997 la Universidad del Valle estaba a punto de desaparecer arrastrada por los altos costos financieros del sobredimensionamiento de su planta física e institucional, generados por un rector demasiado imaginativo. El esfuerzo que se hizo en los años siguientes para poner la casa en orden fue enorme y en él participó con energía y entusiasmo toda la comunidad universitaria. Emilio Aljure y Óscar Rojas, ambos médicos, salvaron ese paciente.Aquello sucedió hace una generación. Un decenio después, esa amarga lección estaba aprendida, la situación era mucho más estable y Univalle pudo haber dejado atrás el fantasma de la deuda impagable, el temor a su repetición y concentrarse de nuevo en su misión educadora. Pero todos los datos disponibles indican que no fue así. Su cobertura ha disminuido al igual que su peso específico en la educación superior nacional. Hasta la academia tuvo un manejo puramente administrativo para cumplir con exigencias burocráticas de acreditación institucional y de programas, convirtiendo la Rectoría en una gerencia. Hoy la deuda, que superaba los 100.000 millones de pesos, está pagada; existe un fondo pensional que libera a la Universidad de la mayor parte de ese pago (Obra de Rojas, aunque su contribución sigue siendo excesiva comparada con otras universidades públicas); su costo de funcionamiento está indexado de acuerdo con el costo de vida; genera importantes recursos propios y participa en las bolsas concursables de Colciencias; con la liberación de los recursos pignorados al pago de la deuda ha dispuesto de grandes sumas para inversión en infraestructura y laboratorios, pero su situación financiera sigue siendo muy frágil. Siempre al borde del déficit en buena parte por el incumplimiento de los aportes de la Gobernación del Valle, que la Universidad tiene que cubrir si la Gobernación no lo hace. Santo y bueno. Sólo que la misión de una universidad pública no es tener sus finanzas saneadas y pagar puntualmente su nómina (cuenta a la que van a parar casi la totalidad de los recursos del gobierno nacional), asuntos que deberían darse por sentados. Su misión institucional es crear, trasmitir y difundir conocimiento, lo que exige que el trabajo de la Rectoría deba ser esencialmente intelectual. El rector de una universidad pública tan grande como Univalle, única en su género en el Suroccidente Colombiano, por la extensión de su oferta académica en todas las áreas del conocimiento y en toda la escala de formación, debe ser un líder intelectual que garantice la presencia de la Universidad con sus saberes en los temas fundamentales del quehacer regional; que tenga algo que decir y que hacer en los grandes debates sobre la educación superior, que es la razón de ser de la autonomía universitaria: su pertinencia, su calidad, su cobertura, su inserción internacional, su compromiso con los problemas sociales y económicos, con la paz. No una presencia muda. Se ha abierto el proceso de designación de Rector de la Universidad del Valle y en él sólo hay dos alternativas: el continuismo de un ciclo agotado y cumplido hace años o el poder relanzarla sobre la base de su recuperación financiera como el gran centro académico de la región. Ese debería ser el sentido del proceso que se inicia, que no debiera interesar sólo a los claustros universitarios, porque si estamos en la Era del Conocimiento, no hay para el Valle del Cauca un asunto más importante que ese.

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