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Todo voto es útil

La teoría del voto útil se aplica cuando hay dos posibles alternativas ganadoras y cualquier voto por otras que no lo sean sólo fortalece al que no queremos que gane.

4 de mayo de 2018 Por: Óscar López Pulecio

La teoría del voto útil se aplica cuando hay dos posibles alternativas ganadoras y cualquier voto por otras que no lo sean sólo fortalece al que no queremos que gane. Es de mucha utilidad en los sistemas con una sola vuelta electoral y una fuerte tradición política bipartidista. Pero el sistema de las dos vueltas se hizo precisamente para que en un ambiente multipartidista todo voto fuera útil y la votación en primera vuelta reflejara la composición política de la opinión, mayorías y minorías, para sobre ella construir la gobernabilidad de los candidatos que pasan a la segunda vuelta.

Si en las elecciones presidenciales de Colombia del 27 de mayo no hay una opción matemática o política de que un candidato gane en primera vuelta, entonces todo voto es útil, y es el ejercicio de la oportunidad sentida en la opinión pública de un cambio para superar la polarización furiosa entre extremos políticos, la lucha contra la rampante corrupción y contra la politiquería.

No ejercer esa oportunidad es asumir que en política todo está predestinado y que la indignación contra el mal manejo de los asuntos del Estado y las peleas entre sus dirigentes no puede ser sino otro episodio de Don Quijote contra los molinos de viento, ilusorio y condenado al fracaso.

En términos prácticos, votar por Iván Duque, aunque no nos guste su entorno político, porque Gustavo Petro es una amenaza para la democracia; o en sentido contrario, votar por Gustavo Petro, aunque creamos que el Socialismo del Siglo XXI sería un desastre nacional, sólo porque no queremos el regreso del Uribismo al poder, son ambas equivocaciones que nos devuelven a un pasado de ingrata recordación o nos colocan en un futuro incierto. Como si no hubiera más que escoger.

Si lo que produce la indignación nacional por la corrupción es el mal manejo del Estado y la relajación total de los estándares de la ética pública, ¿tiene sentido entregarle la conducción de ese Estado a una persona como Gustavo Petro, quien fue un mal administrador como alcalde de Bogotá y ha demostrado ser un candidato irresponsable en sus propuesta de campaña proponiendo para la galería cosas que no puede cumplir: educación superior y salud gratuitas, no dependencia del comercio exterior de los hidrocarburos, compra de empresas privadas agrícolas productivas para repartir la tierra entre campesinos, convocatoria de una Constituyente? En fin, la refundación del país con el modelo venezolano.

¿No hay acaso una alternativa más realista, nueva, con una visión de largo plazo, respetuosa de la propiedad y la empresa privada, en cuya capacidad de emprendimiento cree, con experiencia exitosa demostrada en el manejo de lo público, no sólo en sus resultados sino sobre todo en el establecimiento de sus prioridades, como la que plantea Sergio Fajardo?

¿Es sensato votar por Iván Duque contra Gustavo Petro en la primera vuelta o viceversa sólo porque Sergio Fajardo va detrás de ellos en las encuestas que con minúsculas muestras toman el pulso electoral del país?

Mucho sentido tendría como un ejercicio de legítima defensa depositar ese voto por Duque en la segunda vuelta si es que son Duque y Petro los que pasan. Petro sería un riesgo que el país no puede correr aunque haya que escoger entre la espada y la pared. Pero ese no es el escenario del 27 de mayo cuando todavía se puede votar por el que a uno más le guste, con ilusión y esperanza.

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