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Provincianos

Desde entonces hasta ahora, incluyendo la Constitución de 1991, el centralismo reina absoluto y para efectos prácticos no se mueve una hoja del Estado sin que Bogotá lo quiera.

15 de octubre de 2021 Por: Óscar López Pulecio

La promulgación de la Constitución de la Gran Colombia en octubre de 1821, en la Villa del Rosario de Cúcuta, que se considera el origen legal de lo que hoy es Colombia como república, de lo cual se celebran doscientos años, fue la materialización del sueño de Simón Bolívar, construido sobre arena que se iba a deslizar pronto entre sus dedos.

Duró solo hasta 1831, porque era una unión de papel de un territorio inmenso incomunicado, que hoy abarca Colombia, Panamá, Venezuela y Ecuador, antiguos virreinatos que a su vez estaban divididos en provincias más o menos independientes.

Iba a haber ocho constituciones más hasta nuestros días, todas ellas de corta duración al vaivén de las guerras civiles: 1832, 1843,1853, 1858, 1861, 1863, 1886. Esta última reformada mil veces fue la excepción pues llegaría hasta 1991. Los vaivenes constitucionales fueron el reflejo de los conflictos sociales y políticos de una nación en formación, con los consiguientes cambios de nombre: Estado de la Nueva Granada, Confederación Granadina, Estados Unidos de Colombia, República de Colombia.

Puede decirse que el principal conflicto irresuelto de esa historia constitucional fue la lucha de las antiguas provincias de la Corona Española, convertidas en Estados Soberanos, contra el poder central, asunto que aún hoy es el centro del debate político.

La Constitución de Cúcuta, que ratifica lo acordado en el Congreso de Angostura, fue un intento de centralizar el poder en un hombre con veleidades dictatoriales como Simón Bolívar, lo cual terminaría por ser la causa de su caída.

La Gran Colombia se disuelve por tensiones internas de las provincias y las constituciones que siguen son un triunfo de las provincias. No en balde la nueva nación se llama primero Confederación Granadina y luego Estados Unidos de Colombia.

Pero esa guerra la gana el centralismo. La Constitución de 1886 establece un estado unitario, lo cual significa el fin de las pretensiones de las antiguas provincias virreinales de convertirse en estados soberanos.

Desde entonces hasta ahora, incluyendo la Constitución de 1991, el centralismo reina absoluto y para efectos prácticos no se mueve una hoja del Estado sin que Bogotá lo quiera.

Algo se ha avanzado en las muchísimas reformas constitucionales que se le hicieron a la Constitución de 1886 y las que se le han hecho a la actual.
Pero como un síntoma revelador, la creación de los institutos descentralizados en la reforma constitucional de 1968, se hizo de modo que quedaron todos con sede en Bogotá y la creación de regiones especiales para integrar los departamentos, establecida por la constitución de 1991, se ha quedado escrita.

No es poca cosa, porque como consecuencia Bogotá es medio país, tiene el más alto nivel de ingresos, genera más empleo, concentra la producción, los servicios y el poder político. Nunca en los doscientos años de historia de la República, que se celebran hoy, ha sido más intenso el centralismo, que es una imposición política un tanto artificial en un país de regiones.

La celebración del bicentenario debería ser la ocasión para recordar que esa lucha de los provincianos contra el centralismo, que explica buena parte de nuestra historia republicana, está más que vigente y que es el centralismo la razón última de que vivamos en una sociedad tan llena de leyes y derechos que no se cumplen, y tan poco equitativa.

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