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Portales y postigos cerrados

El mundo entero ha oscilado entre el proteccionismo y la apertura económica.

14 de junio de 2019 Por: Óscar López Pulecio

Famosa es la crónica de García Márquez, en sus tiempos de reportero, sobre la supervivencia de un náufrago después del hundimiento de un barco en altamar, en tiempos de Rojas Pinilla. Se supo después que el barco se había hundido por el peso de cientos de electrodomésticos que venían de contrabando, no porque no pudieran conseguirse aquí, sino porque los de allá eran mejores y más baratos. La explicación de por qué hemos sido un país de contrabandistas no tiene ningún sustento moral sino económico: durante buena parte de nuestra historia las cosas hechas en el exterior han sido mejores y más baratas, y se han establecido toda clase de barreras para que lleguen legalmente más caras.

Desde tiempos de la Colonia cuando el imperio español estableció un monopolio para el mercado de sus colonias, burlado siempre por los contrabandistas ingleses de ultramarinos; pasando por los finales del Siglo XIX cuando los artesanos que se resentían de la competencia extranjera, presionaron medidas protectoras para la incipiente industria nacional; hasta llegar a nuestros días cuando siguiendo las instrucciones de la Cepal para fortalecer el mercado interno, se estableció una muralla de aranceles que permitió a los productores nacionales vender sus manufacturas y enriquecerse a unos precios muy por encima del mercado internacional. El contrabando era inevitable.

Pero no es solo Colombia. El mundo entero ha oscilado entre el proteccionismo y la apertura económica. Estados Unidos que cierra hoy sus portales y postigos, abrió a la fuerza el mercado japonés, bajo los cañones del Comodoro Perry, a mediados del Siglo XIX, e Inglaterra hizo lo propio con el mercado chino, nada menos que para obligarlo a comprar opio. Así que no es sorprendente que se abran a la fuerza los mercados externos y se cierren los propios según la conveniencia.

El problema es las consecuencias económicas de esa decisión. La apertura hacia adentro de la economía colombiana desde los años 90 modernizó al sector productivo, lo obligó a competir con productos extranjeros en su propio mercado, pero también arruinó muchas iniciativas empresariales porque abrió portales y postigos a los productos extranjeros reduciendo sus aranceles, sin sentar las bases para que la industria manufactura pudiera competir internacionalmente en gran escala. El balance es controversial, pero puede decirse que desde entonces aumentaron más las importaciones que las exportaciones, si se descuentan las exportaciones mineras y de hidrocarburos.

Y ahora sucede que el principal motor del desarrollo, Estados Unidos, recoge sus velas y se encierra detrás de una barrera de aranceles, en una economía mundial con alto grado de integración, encareciendo en su mercado productos manufacturados en el exterior, muchas veces con capital norteamericano. “Make America Great Again” es el lema de la administración Trump, al precio de elaborar sus productos con costosa mano de obra, con costoso acero, con costosa tecnología, hechas en casa. El precio a pagar es el mismo que paga un país subdesarrollado: el aumento de los precios internos, la reducción de la demanda agregada y las sombras de la recesión que se avizora. El tío Baltazar dice con perfidia, que al menos allá el contrabando no puede darles el alivio de que nos fue dado disfrutar aquí entreabriendo portales y postigos.

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