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Pintores naranja

La idea de la obra de arte original, firmada y única, nace con la edad moderna.

1 de mayo de 2020 Por: Óscar López Pulecio

La idea de la obra de arte original, firmada y única, nace con la edad moderna. Antes del Siglo XV, cuando explota la creatividad del Renacimiento, los pintores y escultores no se diferenciaban mucho de otros artesanos. En el arte bizantino, que precede al Renacimiento, la producción artística de iconos sagrados estaba precisamente reglamentada. Era lo más parecido a una producción en serie.

Con los grandes descubrimientos del óleo y la perspectiva, y el ideario humanista, se produjo una liberación de energía espiritual que llevó a la creación de estilos particulares imposibles de ignorar, que valorizaron la firma de sus creadores. Desde el Siglo XV con Piero della Francesca, Boticelli, Leonardo, Miguel Ángel, en Italia y Durero en Alemania, se establece la obra de arte como algo excepcional, único, genial, firmado.
De ahí en adelante, especialmente durante el período barroco que siguió la firma lo era todo y las obras de los grandes artistas se cotizaban como oro en lingotes.

Pero ese mismo fenómeno dio origen a lo que hoy se llamaría economía naranja. No por coincidencia artistas geniales habían surgido en ciudades como Florencia, que emergían entre las cenizas del feudalismo rural, donde el comercio lo era todo. Todos los grandes artistas de los Siglos XV al XVIII tuvieron talleres con aprendices entrenados en el estilo de la casa, para poder satisfacer la enorme demanda de pinturas religiosas y paganas. Muchos de ellos se enriquecieron produciendo en masa para las cortes principescas y para los mercaderes ricos.

Flandes, antiguos Países Bajos españoles, hoy parte de Bélgica, era el paraíso del comercio. Una sociedad donde los señores eran los comerciantes no los aristócratas, porque tenían más dinero que ellos. Allí, Pieter Brueghel y sus hijos en Bruselas, y Peter Paul Rubens, en Amberes, establecieron sus talleres entre la segunda mitad del Siglo XVI y la primera mitad del XVII. Esas casas todavía se conservan y pueden visitarse ahora virtualmente en la serie de televisión flamenca Stay At Home Museum (YouTube), creada con ocasión del confinamiento universal, que tiene vacíos los museos alrededor del mundo.

Brueghel, el Viejo, es un pintor del pueblo. Sus cuadros atestados de pequeñas figuras en pequeños escenarios pueblerinos tienen el encanto de la naturaleza que retrata, muchas veces paisajes invernales, y de las costumbres de la época, con un detalle y una armonía que sedujeron a muchos compradores. Pero como la producción era tan escasa, sus dos hijos pintores se dedicaron a copiar los cuadros de su padre, con pequeñas variaciones y así quien quería tener un Brueghel podía conseguirlo. Rubens es un caso aparte. Lo suyo era una multinacional de la pintura que lo hizo enormemente rico, amigo de reyes y príncipes, diplomático. Los cuadros salidos del taller de su casa palaciega, con un toque aquí y allá del maestro en un rostro, en una mano, firmados por él, llenaron palacios europeos.

Hoy hay cierto misticismo por la firma en lo que se supone es una obra que solo ha sido tocada por el artista. Sin embargo, en el arte conceptual y en el monumental, la participación del artista en la elaboración es gerencial y marginal. Y existen los originales múltiples firmados, para satisfacer el deseo de originalidad. Pero, como lo sabían Brueghel y Rubens, el placer del arte verdadero siempre será su disfrute. Firmado o no.

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