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Paz en nuestro tiempo

Es una imagen recurrente, un lugar común, que los belicistas de todo...

27 de junio de 2015 Por: Óscar López Pulecio

Es una imagen recurrente, un lugar común, que los belicistas de todo el mundo utilizan para enfatizar los riesgos de una política de apaciguamiento con el enemigo: 30 de septiembre de 1938; Neville Chamberlain, Primer Ministro Británico, proclamando en la puerta del número 10 de Downing Street, acuerdo en mano, la paz en nuestro tiempo (‘Peace for our time’). Un tratado de no agresión entre Inglaterra y Alemania donde las partes se comprometían a solucionar sus futuras diferencias a través de consultas, a cambio de la cesión a Alemania de parte de Checoeslovaquia, los Sudetes, sin consultarle a ella. Sabemos cómo acabó todo aquello. Pero hay también otra manera de leer ese episodio que en su momento fue tan esperanzador. La lección que no se ha aprendido bien, no es la de los peligros del apaciguamiento sino los de la premura. Hoy es claro que un tratado firmado por Adolfo Hitler en Munich, las potencias europeas como testigos, no valía el papel en el que estaba escrito. Pero en su momento reunió multitudes, Chamberlain y los Reyes en el famoso balcón de Buckingham, recibiendo la gratitud del pueblo, porque no hay don más valioso que la paz. Sólo que era un don anticipado y vacío, porque entonces como ahora, la paz no es la firma en un papel, después de arduas negociaciones, cuyas condiciones no van a cumplirse. Si no hubiera habido tanto afán quizás se hubiera evitado una guerra mundial y 20 millones de muertos. Hoy nadie da un centavo por el proceso de paz en Colombia, pero menos valdría la firma de un papel cuando los aspectos centrales de esa negociación están por acordarse. La complejidad misma del asunto excluye la prisa, que nace de la circunstancia de que el gobierno, que con audacia política se comprometió en el asunto, sólo tiene una fecha realista, que son las elecciones regionales del próximo 25 de octubre, para hacer algo que se parezca a un proceso de ratificación de lo acordado, o de busca de facultades para concluirlo o de un mandato político para continuarlo, misión imposible en medio del actual desprestigio de las negociaciones. Así que más valdría la pena no esperar mucho por ahora y seguir negociando.De pronto, una suspensión temporal de las conversaciones, para desvincularlas de las elecciones, sería una manera de volver a sentarse a la mesa en circunstancias que sean política y militarmente más favorables al Gobierno. Porque no tendría mucha credibilidad que se obtuviera un acuerdo basado en una presión política que exige resultados y en una ofensiva terrorista contra la población civil. Las dos cosas crean una presión insostenible, que se aliviaría con un receso prudente. En 1994, les fue otorgado el Premio Nobel de la Paz a Yasser Arafat, un terrorista, Shimon Peres e Isaac Rabin, por sus esfuerzos en la solución del problema palestino, que hoy 21 años después sigue sin resolverse. De esas prolijas conversaciones de Oslo quedó poco. Casi setenta años después de la fundación del Estado de Israel, se sigue discutiendo sobre la premisa inicial planteada en las Naciones Unidas de entonces: la existencia de dos estados. Mientras eso no se produzca no habrá paz en el cercano oriente. La clave en Colombia es la misma: encontrar, lejos de ataduras electorales, las premisas básicas para concretar en un tiempo razonable, la firma de un acuerdo real con las Farc, sin las cuales no habrá paz en nuestro tiempo.

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