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Memorias perversas

De Monseigneur, Delfín de Francia, hijo mayor de Luis XIV, cuyo reinado de 77 años parecía eterno, dijo el Duque de Saint-Simon, el más agudo memorialista de su tiempo y su lengua más viperina: “No tenía vicios ni virtudes, tampoco inteligencia, ni conocimiento de algo y era incapaz de adquirir alguno.

30 de junio de 2017 Por: Óscar López Pulecio

De Monseigneur, Delfín de Francia, hijo mayor de Luis XIV, cuyo reinado de 77 años parecía eterno, dijo el Duque de Saint-Simon, el más agudo memorialista de su tiempo y su lengua más viperina: “No tenía vicios ni virtudes, tampoco inteligencia, ni conocimiento de algo y era incapaz de adquirir alguno. Muy perezoso. Sin imaginación. Sin gusto. Sin discernimiento. Nacido para estar aburrido y para ser una pelota con la que jugaban otros. Terco y con ideas fijas, ahogándose en su propia grasa”.

Así que cuando murió, en sus cincuentas, víctima de la viruela, pocos lo extrañaron. Versalles se vuelca hacia su hijo el Duque de Borgoña, Monsieur, nuevo Delfín, casado con María Adelaida de Saboya, princesa llena de encanto, alma de esa corte atenazada por el protocolo, de quien estaba enamorado, cosa insólita en los matrimonios de Estado. Un año más tarde cuando María Adelaida contrae sarampión, su esposo no se desprende de su lado. Ambos mueren con una diferencia de seis días y poco después los acompaña en el viaje eterno su hijo mayor, el pequeño Delfín, Duque de Bretaña. Se habló de envenenamiento, muy de moda en la época. Saint-Simon dice que los mataron los médicos. Esas muertes que despedazan el orden de sucesión hacen que el heredero de Luis XIV termine siendo un niño de dos años, su bisnieto, quien sería Luis XV. Es 1712.

En 1715 a la muerte del Rey el poder va a dar a manos del Duque de Orleáns, hijo de su hermano, príncipe afeminado esclavizado por sus amantes, el Caballero de Lorena el más notorio, cuyos escándalos habían sido memorables. El hijo en cambio, por esos caprichos de la genética, resulta hombre muy viril y seductor, del que pocas damas se salvan. Luis XIV lo casa con una de las hijas legitimadas que había tenido con madame de Montespan. Un matrimonio desigual con una mujer imposible que lo convierte en yerno del rey y a su muerte en Regente.

Le pasa de todo al Regente como sucede siempre con los gobernantes. Es responsable del primer gran escándalo financiero de la modernidad: la especulación con las tierras del Mississippi, que enriqueció a pocos y arruinó a muchos, y la accidentada imposición del papel moneda, ambos impulsados por un irlandés aventurero Jhon Law. Y su lucha contra los Jansenistas para respaldar al Papa. Iglesia y economía desde entonces la Bestia Negra de los gobiernos.

Christine Pevitt en The Man Who Would Be King reconstruye esa trastienda del poder absoluto. Felipe de Orleáns, el Regente, es el déspota ilustrado por excelencia: culto, inquisitivo, interesado en la política, la guerra, las artes, las ciencias, la economía, la caza, el vino, los manjares y las mujeres, no necesariamente en ese orden. La Regencia dura diez años y es un momento de especial esplendor de la naciente Ilustración. Para empezar, desconoce el testamento del Rey quien lo conocía bien y quería controlarlo desde la tumba. Luego traslada la Corte a París. Y París era una fiesta. Voltaire, Watteau. Su madre, Elizabeth, princesa Palatina, lo retrata de cuerpo entero en sus numerosas cartas, que en su conjunto son la otra gran radiografía de la época, tan malévola como la de Saint-Simon. Ambos, el mejor amigo y la madre, escritores de primera línea en ese género perverso que son las memorias de quienes no son protagonistas pero están cercanos al poder, la Petite historie sin la cual no nos enteraríamos nunca de nada.

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