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Los nuevos oráculos

Cuenta la leyenda que en el año 590 de nuestra era una epidemia asolaba Roma. El Papa Gregorio I salió en procesión con el Santísimo.

15 de mayo de 2020 Por: Óscar López Pulecio

Cuenta la leyenda que en el año 590 de nuestra era una epidemia asolaba Roma. El Papa Gregorio I salió en procesión con el Santísimo.
Detrás suyo, caían muertos los apestados. De pronto, en lo alto de Mausoleo de Adriano vio la aparición del arcángel San Miguel envainando su espada, como señal inequívoca de que la peste había terminado. El lugar pasó a llamarse Castell Sant’Angelo. Se sabía desde entonces que las pestes eran castigo de un Dios que se enfurecía con facilidad por el comportamiento pecaminoso de sus criaturas, creadas por Él con tantas imperfecciones. Y que las procesiones y las misas masivas eran el procedimiento remedial.

El mundo ha cambiado. Hoy el Papa ora solitario en la inmensidad de San Pedro, que costó un cisma; imagen desoladora que más que una medida sanitaria es reflejo de la inmensa lejanía de la Iglesia Católica de sus fieles, y de su ausencia espiritual y material en estos días de emergencia universal. En la sociedad contemporánea laica, descreída y racionalista ese papel de oráculo en medio de la peste han pasado a ocuparlo unos personajes muy sabios en la adivinación del futuro que se llaman los epidemiólogos.

Un epidemiólogo es una persona muy preparada en las ciencias de la salud y en la de la estadística, que utiliza sus conocimientos en la construcción de modelos rigurosos que le permiten adivinar el futuro desarrollo de una peste y recomiendan un procedimiento como la cuarentena. Sus predicciones están basadas sin embargo en la incertidumbre puesto que tratándose de enfermedades nuevas se desconoce mucho su comportamiento y en ese escenario sus posibilidades de acertar son más o menos las mismas del Papa Gregorio I, cuando vaticinó que la aparición del Arcángel era el final de la peste romana y el procedimiento era la procesión.

Aunque revisen sus modelos a la baja, el daño ya está hecho pues sus cálculos originales han sido base de las políticas públicas de los gobernantes que confiaron en ellos. Es lo que ha sucedido con las medidas severísimas tomadas para combatir el Covid-19 tomadas sobre el supuesto de que el 80% de los habitantes de un país se contagiarían, que de ellos un 5% tendrían que ser hospitalizados y que de estos últimos un promedio de 3% moriría. Esos porcentajes, aplicados a cualquier nación prefiguraban una catástrofe sin precedentes en la historia moderna. Millones de muertos. Aplicado en Colombia con 50 millones de habitantes, habría 40 millones contagiados, 2 millones hospitalizados y sesenta mil muertos.

Hoy en Colombia hay menos de 15.000 contagiados identificados y menos de 600 muertos, en un país donde en 2018 (último dato disponible) murieron 228.156 personas. Según el Dane entre enero de 2016 y agosto de 2017 las tres principales causas de los fallecimientos fueron las enfermedades isquémicas del corazón con 60.944 casos, las cerebrovasculares con 24.548 casos, y las enfermedades crónicas de las vías respiratorias inferiores, con 22.709 casos. Mata más el cigarrillo que el Covid-19 diría cualquiera.

El tío Baltasar se quita el sombrero ante los oráculos del Imperial College de Londres y de la OMS, pero se pegunta, ¿qué tal que se hayan equivocado y a nombre de ese error nos hayan encerrado a todos en una cuarentena sin fin y se haya desmantelado la economía del mundo entero, incluyendo la nuestra, con un inconmensurable costo en vidas y haciendas?

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