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Legítima defensa

Las sociedades, como los individuos, tienen derecho a la legítima defensa. La toma de una decisión extrema que produce efectos negativos, pero que es éticamente correcta porque se está obligado a escoger la menos peligrosa de dos situaciones.

15 de junio de 2018 Por: Óscar López Pulecio

Las sociedades, como los individuos, tienen derecho a la legítima defensa. La toma de una decisión extrema que produce efectos negativos, pero que es éticamente correcta porque se está obligado a escoger la menos peligrosa de dos situaciones. No hay una tercera alternativa. No hay voto en blanco.

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales que se realiza mañana, debería ser un acto de legítima defensa, de participación reacia pero obligatoria. Hay demasiado en juego como para considerar que un voto no es importante porque el resultado final ya se conoce, o porque el candidato de sus simpatías no pasó a la Segunda Vuelta. Lo que está en la balanza es la estabilidad de las instituciones, que con todo y sus defectos han ido construyendo a su alrededor la democracia en Colombia; el manejo responsable de la economía, que ha mantenido en límites razonables el poder adquisitivo de la moneda; y la confianza de los empresarios e inversionistas en el proceso aún reducido, localizado, pero exitoso de modernización de la economía nacional, temas que, descartados el polvo y la paja, representa Iván Duque. Echar eso por la borda ante una promesa populista de equidad social, que es lo que representa Gustavo Petro es algo que un ciudadano responsable, ajeno a la política, no debería ignorar.

El voto en blanco está bien para un dirigente político como Sergio Fajardo, porque él claramente representó una opción diferente y su apoyo definiría el triunfo de una de las opciones que combatió con argumentos sólidos. Pero para el elector corriente, aún el que se cree influyente, es una posición que disfraza con comodidad una actitud de superioridad intelectual y moral. Le permite decir luego, ¡yo se los dije!, el ganador está siendo un desastre como gobernante sin mi apoyo, con mi independencia crítica y mi conciencia intactas. Un sofisma. Como si no estuvieran todos ellos en el mismo barco a punto de estrellarse con un iceberg. En un proceso electoral crítico la decisión éticamente correcta es participar.

Las personas conocidas que públicamente han decidido votar en blanco expresan las mismas ideas de muchas otras anónimas: un cierto horror a lo que representan los dos candidatos, por la gente que los rodea, por sus ideologías, por su personalidad. Una especie de incapacidad moral, y la moral es un asunto íntimo, para comprometerse con algo que no les gusta. Están en su derecho, pero no tienen razón. La razón está de parte de la ética, que es un asunto público, referido a su responsabilidad con su país como ciudadanos.

Las encuestas les dan un cómodo cojín a los votantes en blanco para justificar su decisión: si la mayoría de los colombianos van a escoger una opción de derecha para gobernar, pues habrá que vivir con ello, sin mayores sobresaltos, en medio de debates públicos que no hacen parte de las agendas cotidianas. La desconfianza en que se reviva el pasado atenuada por la juventud de Iván Duque y su propósito de convocar un gobierno nacional. La bolsa de valores ha percibido esa señal de tranquilidad y el dólar permanece estable. No hay pánico en los terrenos nerviosos de la economía. ¿Pero, qué tal que no sea así? Sabido es que un político puede arruinar un país y que en nuestros días, el socialismo del Siglo XXI es la mejor manera de conseguirlo. Es un acto de legítima defensa no pasar en blanco ante semejante amenaza.

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